Bergson y el acontecimiento. el caso de la guerra

Miguel Ruiz Stull[1]

Resumen: Este artículo se propone realizar una lectura y un análisis del sentido de la noción de guerra en el contexto de un esquema teórico que permita dar una imagen política al pensamiento de Henri Bergson. Se sostendrá que esta suerte de noción de límite del término guerra habría de ser comprendida bajo una compleja articulación dada, en nuestra hipótesis, por los términos conceptuales de facticidad, constatación y acontecimiento. En suma, nuestro argumento intentará sostener que, por un lado, hay un pensamiento político en Bergson y, en consecuencia, es necesario para este filósofo dar cuenta de la realidad inevitable de la guerra misma en cuanto dato tanto histórico como político.

Palabras Claves:  Henri Bergson. Política. Guerra. Acontecimiento.

De qué forma se podría presentar una teoría política desde una posición moral y religiosa tal como es presentada en la obra última de Henri Bergson. Bajo qué operaciones, bajo cuáles modalidades se podría hacer extensiva una propuesta para la política a partir de la puesta en decurso de elementos tanto morales como religiosos que son señalados paulatinamente en Les Deux Sources de la morale et de la religión (DS, en adelante). Tomemos una premisa simple que envuelve de modo definitorio el proyecto filosófico de Bergson: el problema fundamental que piensa la obra de este filósofo francés es sin duda plantear el asunto a partir de la facticidad del movimiento. Este aserto que por su evidencia no convendría ser tomado por dogmático, se vuelve crítico en esta obra señalada, en la medida en que se hace extensivo en calidad de clave de apertura para pensar el movimiento propio de las sociedades, tanto desde un punto de vista histórico como político. En esta línea habría que comprender la eficacia de la introducción de pares operacionales que intentan recorrer dicho movimiento de los pueblos con el fin de consignar pero también proyectar la fisonomía tanto actual como virtual que afecta sin duda su realidad moviente. Estos pares son extensamente conocidos: para comprender el movimiento de una sociedad esta vacila entre la puesta en régimen a partir de sus propias costumbres hacia una modalidad abierta o cerrada; para comprender la puesta en movimiento de ese pueblo bajo una guisa religiosa se habrá de seguir las dosis de estática o dinámica que tal o cual precepto religioso promueve como forma de regulación de esas mismas costumbres que definen la fisonomía actual y específica de una comunidad. En este marco bien podría ser entendido este par de pares, que entienden lo moral y también lo religioso, como una forma de comprensión específica tanto del devenir de la historia, pero también del devenir de lo político. Bajo este índice, se puede plantear el problema general de que Bergson cada vez que piensa una moralidad de las costumbres estaría pensando la historia y de que cada vez que piensa lo religioso no estaría si no pensando lo político.[2] En este campo general resaltan dos cuestiones límites en el diseño del argumento del propio Bergson, cuestiones que sin duda afectan a la forma de comprensión tanto de la historia como de la política: la hipótesis fundamental que presenta este artículo es intentar especular uno de dos problemas que afectan tanto a la historia como a la política que se actualizan en el acontecimiento de la guerra y el acontecimiento de la democracia. Dilucidar, de este modo, la naturaleza dinámica del caso de la guerra es el impulso, pero también el objetivo principal de este actual ensayo.

Exergo

Aunque el instinto guerrero exista por sí mismo, no deja de aferrarse a motivos racionales. La historia nos enseña que estos motivos han sido muy variados. Se reducen cada vez más a medida que las guerras se hacen más terribles. La última guerra [Primera Guerra Mundial], y las que se entrevé para el porvenir, si es que por desgracia todavía hemos de tener guerras, están ligadas al carácter industrial de nuestra civilización. Si se quiere una simbolización esquemática, simplificada y estilizada, de los conflictos de hoy, se deberá representar por lo pronto a las naciones como poblaciones puramente agrícolas que viven del producto de sus tierras. Supongamos que tengan lo indispensable para alimentarse. Crecerán en la medida en que obtengan de la tierra un mejor rendimiento. Hasta ahí todo va bien. Pero si hay un exceso de población, y no quiere verterse hacia fuera, o no puede hacerlo, porque el extranjero le cierra las puertas, ¿dónde encontrará el alimento? La industria arreglará las cosas. La población excedente se hará obrera. Si el país no posee fuerza motriz para accionar las máquinas, hierro para construirlas, y materias primas para la fabricación, tratará de adquirirlos en el extranjero. Enviando al exterior los productos manufacturados pagará la deuda y recibirá además alimento que no encuentra en su territorio. Los obreros se encontrarán con que son ‘emigrados en el exterior’. El extranjero les emplea como los habría empleado en su país; prefiere dejarlos –o quizás ellos prefieren seguir- allí donde están; pero dependiendo del extranjero. Si otros países no aceptan sus productos o dejan de proporcionarles los medios para fabricar, están condenados a morir de hambre, a menos que se decidan, arrastrando con ellos a su país, a ir a tomar lo que se les niega. Esto será la guerra. Huelga decir que las cosas no suceden nunca tan simplemente. Aunque no se esté amenazado precisamente de morir de hambre, se estima que la vida carece de interés si no se tiene confort, la diversión, el lujo; se considera insuficiente la industria nacional si se limita a vivir, si no da riqueza; un país se considera incompleto si no tiene buenos puertos, colonias, etc. De todo esto puede salir la guerra. Pero el esquema que acabamos de trazar señala suficientemente las cosas esenciales: crecimiento de la población, pérdida de mercados, privación de combustibles y de materias primas. (DS, p. 307-308).

En el contexto general del pensamiento de Bergson, a pesar de lo que se podría dejar interpretar en la lectura de este extenso fragmento con que he querido dar inicio a mi argumento, no encontraremos una teoría de la guerra, tampoco un discurso a primera vista sistemático, ni mucho menos un pensamiento que reflexione sobre ni las condiciones de posibilidad ni de la emergencia de todo conflicto.[3] La guerra para Bergson, esta es mi preliminar hipótesis, es ante todo una constatación, una facticidad y un acontecimiento. Una constatación ya que es indesmentible su realidad efectiva; una facticidad pues también es más o menos evidente y horrible las articulaciones que dan lugar a sus efectos materialmente nocivos y, finalmente, un acontecimiento, no tan solo por su recursividad y retorno más o menos permanente como lo muestra nuestra propia historia, sino más profundamente por su carácter virtual, su estar latente que permitiría dar lugar, en principio, a aquellos intervalos de calma que se pone en evidencia en aquel estado que denominamos habitualmente bajo el término de paz.

En lo que sigue intentaré dar cuenta de esta triple implicación que puede consignar una noción de guerra, en algunos textos de Bergson, principalmente de Las dos fuentes de la moral y la religión, escrito en 1932 período entre guerras, que por la variación de su tono habrían de estar conectados de modo más o menos evidente con el concepto de materia que rige buena parte de la reflexión filosófica de Bergson. Nuestra hipótesis reside entonces en que el hecho que es la guerra no podría ser sino una extensión violenta, horrenda en sus efectos, de un impulso que es connatural a un uso de la inteligencia, pero que a su vez pone en evidencia el fondo instintivo que se aloja en su propia génesis. Dicho de otra manera, la guerra, que en su acaecer se presenta como algo inevitable para Bergson en situaciones de sociedad tan diversas como específicas, se han de revelar algunos de los caracteres quizás más propios de la especie humana, caracteres que reconocemos finalmente en la realidad del egoísmo, la ambición y la propiedad, que definen algunos de los resortes en que es posible observar la potencia de la agencia de la humanidad.

La guerra en cuanto hecho es dado por las condiciones del propio movimiento de la naturaleza.4 Es, afirma Bergson, la propia naturaleza que “[…] ha querido la guerra, o cuando menos ha puesto al hombre en condiciones de vida que hacían la guerra inevitable.” (DS, p. 293). La primera constatación del hecho que es la guerra es su carácter inexorable, dada por la condición de lucha con que se presenta de entrada la serie de movimientos que

sostenemos en esta primera parte de nuestro ensayo, cuyo índice o ingrediente económico es más que revelador y definitorio para el acontecimiento de una guerra.

4 En este punto diferimos del argumento sostenido por Philippe Soulez en “Bergson as Philosopher of War and Theorist of the Political” (LEFEBVRE; WHITE, 2012), el cual observa como un error que el acontecimiento de la guerra sea dado por naturaleza. Lo cierto es que en nuestro análisis se podrá hacer evidente que la naturaleza solo sugiere, o mejor, brinda una suerte de esquema de los virtuales que pueden devenir actuales por medio de las prácticas políticas que un pueblo cualquiera podría extender para con otros pueblos o más dramáticamente consigo mismo. Detallaremos este propuesta de lectura en lo que sigue a este ensayo.

el horizonte de la vida presenta por sí misma. La guerra, entonces, manifiesta no solo el aspecto inmediata e evidentemente violento de un movimiento cualquiera en situación de naturaleza, sino más profundamente, la serie abierta de encadenamientos, pero también choques, fricciones y resistencias, con que se presenta el propio movimiento de la vida en toda su actualidad efectiva. Es que desde L’Évolution créatrice (1907) es posible leer que la vida fue definida como un haz abierto de potencialidades indeterminadas, las cuales en un determinado momento y en un determinado lugar se actualiza en una determinada forma que persiste en su cambio específico a través de la diversidad de las especies y de individuos que pueblan de modo evidente el paisaje que registra la naturaleza. Insistimos, encadenamientos pero también disoluciones y, sobre todo, disensos, es lo que caracteriza el movimiento vital que observa Bergson en aquella obra, movimiento que en su unidad de impulso finito, revela que este ha de ser entendido siempre bajo el aspecto de un conjunto de resistencias que dan cada vez forma a esa serie de potencialidades en vista de la actualización que brindan una imagen general del comportamiento de la naturaleza. Este impulso vital traduce, sumariamente, en su concepto esta tendencia de lo orgánico en devenir en nuevas formas, y es por ello que para el pensamiento de Bergson la evolución no puede ser sino pensada como eminentemente creadora. Que esto sea así supondría en mi hipótesis que si el sentido eminente de cualquier creación es romper con los hábitos que esbozan o dibujan un cuadro existente que dirige continuamente las existencias hacia fines exclusivamente útiles a un determinado régimen o estado de cosas, se hace asimismo razonable que aquellas mentadas condiciones de vida no podrían sino ser dadas en un régimen constante de violencia, de un enfrentamiento constante de una multiplicidad de fuerzas. Es en virtud de esta razón que en el campo de la experiencia, y en el caso específico de la guerra, esta deviene inmediatamente como la actualización de la violencia misma, pero ahora con un sentido histórico que persiste en su evidencia por el continuo perfeccionamiento de los medios y tecnologías para ejercerla. Si crear es ante todo ejercer violencia contra lo que ya existe y, por ende, también contra la integridad misma de los seres particulares dispuestos en este contexto abierto de la naturaleza, la guerra bien puede ser comprendida como una extensión de esta violencia a través de la configuración de diversos medios de una sociedad que excluye destructivamente a otra que le parece competir. Ahora bien, si la naturaleza, como señala Bergson en DS, desde un punto de vista meramente productivo es aniquiladora de individuos y generadora y conservadora de especies, en el contexto de una historia de la humanidad, esto se reinscribe bajo la razón de que cualquier creación considerada en su actual novedad habría de provocar un necesario estado de inseguridad frente a las certidumbres que pueblan la costumbre y los hábitos en una forma de sociedad históricamente definida. Ahora bien, en este entendimiento de las cosas cabría preguntarse si la voluntad de la naturaleza ha querido el acontecimiento de la guerra. Bergson responde inmediatamente: “[…] la naturaleza no ha querido nada si se entiende por voluntad la facultad de tomar decisiones particulares. Pero la naturaleza no puede crear una especie animal sin bosquejar implícitamente las actitudes y movimientos que resulten de su estructura y sus prolongaciones.” (DS, p. 302). En efecto, si la creación deja de ser un juego al margen de la realidad, en lo sucesivo, la naturaleza no re-producirá solamente, sino que ella misma producirá lo real, operando en el constante devenir de la materia que siempre ofrecerá resistencia al desarrollo moviente de la realidad de lo orgánico: he ahí que para Bergson la emergencia de lo nuevo siempre impondrá un aspecto de disociación y, más aún, de diferenciación respecto de lo que es ya existente. Si se da asentimiento a esto, violencia y creación, potencialidades y diferenciaciones dadas en el movimiento de lo real, no son sino los rasgos que entraman el proceso global de este proyecto metafísico enunciado en clave bergsoniana.

Pero en este programa teórico general, cabría preguntarse cómo juega, qué función presenta esta huidiza noción de guerra que Bergson dispone tan sumaria y escasamente a lo largo de su obra. Debemos volver así a su primer signo, a saber, su carácter de inevitable y comencemos a especular, de modo preliminar, en torno a su posible sentido. Esta mentada inexorabilidad es dicha de las condiciones específicas de vida, y la vida como he indicado hasta acá se manifiesta como una constante de movimiento, en la persistencia de sus formas en general dada por la evidencia de las especies, pero también en la transformación de estas en el horizonte general de un evolucionismo. Ahora bien, si la guerra es inevitable, es en razón de la constancia de ánimo de extensión territorial, de incremento demográfico que un determinado cuerpo comunitario ciertamente desarrolla, ampliando, pero más significativamente, perfeccionando sus propias condiciones materiales de existencia. Es por esta razón que la guerra surge, emerge e irrumpe a través de ese otro hecho que es el ánimo de conquista que en potencia, virtualmente, se aloja en el seno de cualquier sociedad, que Bergson considera como génesis de todo patriotismo: “Aun cuando la guerra no tendiera a la conquista en un principio, lleva de hecho a la conquista, pues el vencedor encuentra cómodo apropiarse las tierras del vencido, e inclusive de la población, para sacar provecho de su trabajo.” (DS, p. 294). Para Bergson, la actualidad manifiesta de un empuje de conquista explica por sí misma, de modo evidente e inmediato, el surgimiento de los imperios en la antigüedad con mayor o menor dosis de ilusión de independencia que la parte vencedora conceda a la parte vencida: pensemos v.gr. en la importancia histórico-política de la jurisprudencia de los foedera para Roma, contratos o alianzas que dominan la participación de cada provincia con el centro, con Roma misma. La guerra, desde esta perspectiva, consiste ante todo en la existencia de una resistencia constitutiva en los singulares que asisten a la forma específica que puede expresar la estructura de un cuerpo comunitario cualquiera, resistencia que las más de las veces reconocemos en la realidad efectiva de la xenofobia. La guerra no sería sino la extensión a la cultura, a la historia y a la política, de un principio disociador característico de las fuerzas vitales que se ponen de manifiesto en su propio despliegue natural y su persistencia constante en este mismo despliegue dada por la realidad de las especies. Del mismo modo que el élan vital inscribe indeterminación en las condiciones efectivas de la extensión material de la naturaleza; la guerra, inversamente, habría de inscribir por extensión una pretensión de aseguramiento, i.e., de la producción de una especie de certidumbre de esas mismas condiciones materiales a través de la extensión de los límites de aquello que reconocemos como un territorio, de un estado, de una nación. La guerra, su inteligencia, pero también su destino, se funda en una fundamental afirmación de la materia, poniendo de manifiesto su carácter más interesante, útil y productivo en vista de la conservación futura de buena parte de los individuos que pueblan una extensión territorial determinada.

La constatación que nos ofrece Bergson en torno a la realidad de la guerra, creemos, no podría ser distinto de su propia postura filosófica: ha de ser necesariamente correlativa. Recordemos, la vida no es otra cosa, no se comporta sino como la serie de tentativas que se traducen en divergentes series específicas que resisten a la materia, serie de vacilaciones que procede por insinuaciones y tentativas a través de una materia que siempre le resiste. Esta es la intuición fundamental que Bergson desarrolla en L’Évolution créatrice (EC): la materia como un todo inorgánico y múltiple, siempre se comportará como un obstáculo, como un problema que alienta diversas, pero igualmente efectivas, formas de resolución por parte de la vida. “El impulso de vida del que hablamos consiste, en suma, en una exigencia de creación […] se introduce en la materia, que es la necesidad misma, y tiende a introducir la mayor cantidad posible de indeterminación y de libertad.” (EC, p. 252). Del mismo modo, la guerra, ahora en su facticidad, se desplegará en una serie de articulaciones que invierten el movimiento de indeterminación que introduce la vida en la materia, para ampliar las condiciones de seguridad de la existencia material y actual de una comunidad política históricamente determinada. Es por esta razón, suficiente aunque no necesaria, que la guerra es considerada como natural por Bergson: suficiente ya que es parte del movimiento y las condiciones de la naturaleza vital en general determinar, sea de modo instintivo o inteligente, inmediato o mediato, un espacio, un territorio, y, por ende, un límite de seguridad y certidumbre para la conservación global de la especie o una sociedad que la subtiende. Necesario, pensamos que no: la guerra es un hecho efectivamente humano, que surge en parte de un instinto, instinto guerrero que deviene real en un afán de conquista, pero que procede en todos los casos de modo inteligente y estratégico, debido a la sofisticación tanto progresiva como histórica de los medios a través de los cuales efectivamente toma lugar su actualización o intervención, que en su génesis ha de ser considerada como efectivamente arbitraria, por ende, sometida a una decisión.

Y esto es así debido a la familiaridad o parentesco constitutivo que posee la inteligencia con el trato de las condiciones reales que le rodean. En efecto, el trabajo primordial de la inteligencia es obrar, actuar sobre la materia con el fin de sacar el mayor provecho de ella. Como es afirmado en una diversidad de ocasiones en EC, de la misma forma en que los vegetales concentran reservas de fuerza y, primordialmente, energía en cada una de sus partes, o bien, de la misma manera en que los animales se desarrollan orgánica y diferencialmente bajo la forma de instinto o inteligencia para desplegar su propio movimiento, es posible comprender la vida desde este punto axial que explota lo que ahí virtualmente se ofrece a una acción eficaz. El instinto propio de las capacidades animales, resuelve de inmediato los problemas que enfrenta para su pervivencia; la inteligencia propia de las capacidades humanas, resuelve los suyos a través de la mediación de la técnica y la fabricación de instrumentos. En ambos casos, podemos observar que el problema insiste en ser la materia, su manejo y su apropiación efectiva, ser de la materia que siempre se ofrece como reducto de transformación, apropiación y asimilación orgánica en vista de la pervivencia individual de cualquier ser viviente.[4]

Dicho ahora de la facticidad de la guerra, la diferencia entre el diseño inteligente de los primitivos y rudimentarios instrumentos de caza, armas de captura y muerte de una presa en vista de la propia alimentación hasta las más desarrolladas tecnologías de hoy para la detección y destrucción de un eventual enemigo, en el contexto de Bergson, solo presentarían una diferencia de grado, si se quiere de expansión, magnitud y prolijidad de su alcance, pero no una diferencia de naturaleza, ya que su finalidad externa es siempre la misma: conservación, expansión y aseguramiento de las condiciones materiales de la vida. “Al paso que va la ciencia, escribe Bergson, está próximo el día en que uno de los adversarios, poseedor de un arma secreta mantenida en reserva, disponga de medios para suprimir al otro, no quedará quizás sobre la tierra ni rastros del vencido.” (DS, p. 305). Agrego acá una excepción a esta escena cruenta de desolación: lo que sobrevive es el propio territorio. Ese territorio, quizás baldío por el ejercicio brutal de la devastación, deviene inmediatamente en restos y ruinas que se tornan en significantes del sentido con que opera la guerra misma, sentido que de modo ulterior puede ser considerado como materia de estudio e inspección, descripción o interpretación de su posible significación histórica. Pero su facticidad, no obstante, más allá del siempre posible y diverso sometimiento a un significado que pueda dar cuenta de su razón o su sinrazón, no difiere de sus articulaciones esenciales. Ni sometimiento ni explotación del vencido como impelía el antiguo instinto guerrero, quizá al modo del arcaico thymos de Homero, el cual podría ser ulteriormente motivado por conveniencia o por ambición o simple honor y prestigio, ha devenido, en la situación actual de Bergson, en un simple ejercicio de destrucción.[5] Este oscuro pronóstico bergsoniano, que por cierto se confirma con el acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial, se funda en la propia experiencia de una diversidad de conflictos que en su escalada, sirve de anuncio de un porvenir, que incierto en sus determinaciones específicas de realización espaciotemporal, se mantiene en una latente virtualidad presente al sentimiento de su propio acaecer. Recordamos así nuestro comienzo dado por aquella extensa cita a DS: la conclusión de Bergson en la sumaria caracterización de la guerra en un sentido industrial era dada en la constatación de tres articulaciones esenciales tomadas desde su propia facticidad, a saber, crecimiento de la población, pérdida de mercados, privación de combustibles y de materias primas. No obstante, todas estas condiciones reales son, insistimos suficientes, pero no necesarias para el acontecimiento mismo del conflicto. Dicho muy brevemente: la guerra en cuanto acontecimiento es una virtualidad propia del devenir histórico de los pueblos, sea en sus extremos por simple ambición y brutalidad o bien por el acrecentamiento de las condiciones de aseguramiento y sofisticación de la vida misma de los pueblos dispuestos en sociedad. Y es la propia experiencia que ha de dar cuenta de la naturaleza, cuasi fantasmal, de su acaecer. Bergson escribe:

Niño aún en 1871, recién terminaba la guerra [Conflicto Franco-Prusiano], y durante los doce o quince años que siguieron, yo, igual que todos los de mi generación, consideré como inminente una nueva guerra. Después, esta guerra nos pareció, a un mismo tiempo, como probable e imposible: idea compleja y contradictoria hasta la fecha fatal. No suscitaba desde luego en nuestro espíritu ninguna imagen, fuera de su expresión verbal. Conservó su carácter abstracto hasta las horas trágicas en que el conflicto apareció como inevitable, hasta el último momento, cuando se esperaba contra toda esperanza. Pero cuando el 4 de agosto de 1914, al desplegar un número de Le Matin, leí en grandes caracteres: “Alemania declara la guerra a Francia”, tuve la súbita sensación de una invisible presencia que todo el pasado había preparado y anunciado, a la manera de una sombra que precede al cuerpo que la proyecta. […] Cuarenta y tres años de inquietud confusa habían contribuido a componer este cuadro, el cuarto con su mobiliario, el diario desplegado sobre la mesa, yo de pie ante ella, el Acontecimiento (l’Événement) impregnándolo todo con su presencia. (DS, p. 166-167).

Un par de cuestiones llaman inmediatamente la atención de esta dramática pintura de experiencia: por un lado, qué tipo de presencia subraya Bergson a título de la emergencia constatativa de la guerra, una presencia que no es presente si no sombríamente proyectiva a la luz del fragmento; pero, por otro lado, como esta presencia se transforma, deviene y se actualiza en aquello que Bergson denomina con mayúsculas sin más como Acontecimiento. Dicho de otra manera, es posible hacer del pensamiento de Bergson un pensamiento del acontecimiento atendiendo a este marco de devastación y de destrucción que expresa la realidad efectiva del hecho que es la guerra. Es el caso en los marcos de lo expresado en el fragmento que el acontecimiento de la guerra coincide con su carácter de inminente, es decir, en una especie de presencia abstracta que aún no es efectiva, en esa insistente espera que juega en contra de toda esperanza. Esta presencia que se anuncia en la guerra, su carácter inminente como quiero insistir, no posee una imagen, no es fruto de la puesta en marcha de una representación que done figura o un esquema a su virtual realidad. Es ante todo un hecho efectivo del discurso: la guerra siendo una presencia no presente no podría sino ser dado por una expresión de un discurso que falta en todo momento a la imagen de su referencia. Pero se constata, se informa, se titula el momento de su acontecimiento: que Alemania declara la guerra a Francia, significa ante todo una nueva enunciación de la inminencia y el despliegue incierto aún de la puesta en operación del propio acontecimiento del conflicto que da lugar a la serie de conjeturas dispuestas por otros tantos enunciados que remiten y constatan un inminente y quizás devastador en cuanto incierto futuro. Esa presencia invisible, como es mentada por Bergson, actualiza en clave significante toda la serie de hechos pasados que habrían acoyuntado la coyuntura que es la guerra: la guerra es una facticidad ciertamente por su poder articulador de una serie de hechos que no poseían una determinada estabilidad significante en su acaecer presente. La guerra es, en fin, un Acontecimiento: que Cuarenta y tres años de inquietud confusa habían contribuido a componer este cuadro, el cuarto con su mobiliario, el diario desplegado sobre la mesa, yo de pie ante ella, el Acontecimiento impregnándolo todo con su presencia, significa ante todo que la realidad de la guerra impone un orden específico a las cosas en el momento preciso de su emergencia, impone a su vez un sentido que reparte de modo significante una serie de otros hechos que se consideraban hasta ese instante totalmente insignificantes, por lo tanto, invisibles, obvios e inútiles para el propio presente. Inminencia y sentido, en suma, articularían el lugar de la guerra en Bergson en cuanto constatación, facticidad y acontecimiento.

Bajo todo este sumario recorrido, cabría preguntarse que quedaría para la paz y cómo esta podría tomar efectivamente lugar ante la imposición de reparto y de sentido con que la guerra interviene violentamente en los hechos efectivos. Si la guerra es la expresión eminente de una sociedad que se cierra frente a la alteridad de otra sociedad para cuadrarse en pos de su asimilación y destrucción, si la consigna que obedece a este particular movimiento que se impone en potencia a una sociedad, que Bergson identifica con el lema “Autoridad, jerarquía, inmutabilidad”, la paz devendría de modo inverso en el entusiasmo por declarar aquel otro lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, bajo un entendimiento siempre en proceso de realización, que pone en movimiento el gesto permanente de protesta ante la asimilación unilateral y vertical de las diferencias, que Bergson conviene consignar en su última obra con el nombre simple, pero pleno de complejidades de democracia: movimiento de desafío arrojado a los abusos para acabar de una vez por todas con la presencia de sufrimientos intolerables, que en último término expresan los efectos más sensibles de esa extraña presencia con que se hace manifiesta la guerra.

aBstract: This article intends to make a reading and analysis of the meaning of the notion of war in the context of a theoretical schema that permits the giving of a political image to the thought of Henri Bergson. It will be argued that this sort of notion of the limit of the term war has to be understood, in our hypothesis, through the conceptual terms of facticity, confirmation, and event. In sum, our argument will try to maintain that there is a political thought in Bergson, and that consequently it is inevitable for this philosopher take account of the reality of war as both historical and political data.

Keywords: Bergson. Politics. War. Event.

referências

BERGSON, H. Oeuvres. Paris: PUF, 1959.

______. L’Évolution créatrice. [EC]. Édition critique de F. Worms. Paris: PUF, 2007.

______. Les deux sources de la morale et de la religión. [DS]. Édition critique de F. Worms. Paris: PUF, 2008.

LEFEBVRE, A. The image of law: Deleuze, Bergson, Spinoza. Stanford: Stanford University Press, 2008.

______. Human rights as a way of life: on Bergson’s political philosophy. Stanford: Stanford University Press, 2013.

______; WHITE, M. Bergson, politics, and religion. Durham: Duke University Press, 2012. RIQUIER, C. Archéologie de Bergson. Paris: PUF, 2009.

WORMS, F. (Ed.). Annales bergsoniennes V: Bergson et la politique. Paris: PUF, 2012.

Recebido em 29/01/2017

Aceito em 27/02/2017



[1] Facultad de Artes. Universidad de Chile. E-mail: ruizstull@gmail.com

[2] A modo de una esquemática revisión de las referencias fundamentales, tanto reseñas (ver la edición más actual de esta última obra de Bergson en Worms 2008) tanto de capítulos de libros que intentan ofrecer una visión sistemática de la obra de Bergson, por ejemplo Jankélévitch (1931), Deleuze (1966) y el más reciente Worms (2004), Las dos fuentes en general ha tenido una recepción directa sobre los asuntos morales y religiosos, sobre todo con la extensión de la compleja noción de mística. Sobre este último término, el de mística, Camille Riquier en Archéologie de Bergson (2009) realiza interesantes análisis, sobre todo atendiendo al acento psicológico de su interpretación que intenta volver a ajustar el pensamiento de Bergson con la fenomenología, nuevamente. Todos estos estudios bordean nuestro asunto que intenta por comprender una filosofía de la historia y de la política a la vez, bajo la clave de este par extremo dada en la realidad de la guerra y de la práctica democrática. Volveremos con literatura más actual en torno a nuestra propuesta, la cual se inscribe ciertamente en esta aún incipiente línea de investigación en torno a lo político en Bergson.

[3] En esta línea es destacable mencionar un texto escrito por Ghislain Waterlot “Luxe et simplicité dans la pensée politique de Bergson. Politique et mystique face à la guerre” en Worms (2012) que avanza en una suerte de teoría de la guerra en el pensamiento de Bergson en clave política. Esta clave alienta a pensar que es propio de una posición de individuo y no comunitaria lo que procede a los acontecimientos considerados bajo título de guerra y su reflejo especular vendría dada por el empuje democrático que supone el movimiento de lo colectivo propio de toda comunidad. Si bien es diferente nuestra decisión de lectura, sin duda este trabajo es significativo por el entendimiento político que cobra para DS de Bergson. Más relevante es un reciente texto de Alexandre Lefebvre Human Rights as a way of life (2013) para nuestra postura, puesto que recupera esta obra específica de Bergson en una línea decididamente para una filosofía política, y ciertamente toma de un modo interesante la cuestión ligada de la guerra en clave de una moralidad que deviene beligerante: ver para esto el agudo capítulo de este libro mencionado, “A dialogue on war”. Nuestra postura avanza más bien por un índice inequívocamente político que puede acaecer al animus de un pueblo cualquiera, como

[4] Para un desarrollo más amplio y analítico de este esquema del comportamiento variante de la naturaleza, ver el capítulo titulado “Vida, multiplicidad, actualidad” de mi libro Tiempo y experiencia (2013).

[5] Otro interesante artículo escrito por Ondrej Švec, “La fragilité de la démocratie face au défi de la technique” en Worms (2012), aborda esta temática confrontando uno de los peligros mayores que enfrentaría el empuje práctico de la democracia hacia la progresión de una vida simple, haciendo compatible a Bergson con el pensamiento de Patočka. Me es posible adelantar, cuestión que espero mostrar en un futuro ensayo, bajo otra modalidad más cercana a la posición de Lefebvre, que dice relación con la situación modal, flexible y transformacional que persigue toda práctica que se quiera llamar democrática, fundada en la variación efectiva de los términos igualdad y libertad, bajo una suerte de (e)moción dado en el impulso de la fraternidad.