STULL, MigUeL RUiz. Tiempo y experiência: vaRiacioneS en ToRno a BeRgSon. SanTiago: Fondo cULTURa econóMica, 2013.
Sergio Martínez V.[1]
El número definido como una unidad yaformada que responde al análisis y síntesis de una multiplicidad cuantificable es ante todo una unidad múltiple fuera del tiempo.(Miguel Ruiz Stull, Tiempo y experiencia.)Qué es lo que marcamos: experiencia personal sobre libros leídos hace diez años.El criterio cambia enormemente en la selección.
(Gabriela Mistral, La lectura.)
Con un irrenunciable prólogo, escrito por el filósofo Pablo Oyarzún, que nos entregará una pista de lectura para seguir los meandros de Tiempo y experiencia en su exposición en rigurosa variación, comenzaremos como lectores a aproximarnos paulatinamente a una serie de problemas filosóficos que nos invitan a hacer una experiencia del pensamiento en su extensión cualitativa. En otras palabras, se tratará de dar cuenta de la dimensión y eficacia del tiempo en cuanto germen afectivo y efectivo de la experiencia apostando por hacer de dicha realidad una posibilidad enunciativa para el pensar.
Ruiz Stull, ya al comienzo de su introducción, nos brinda dos principios que deberemos leer con atención:
1. La consistencia de los conceptos célebres de la fisonomía del pensamiento de Bergson no tendrían absoluta solvencia y consistencia, si no se dispusieran ellos mismos a la prueba de lo trascendental, esto es, en términos muy sumarios, someterse al examen de las condiciones que hacen no solo eficientes, sino coherentes a nociones tales como duración, memoria o élan vital. (p. 16).
2. El rol de la experiencia, su concepto al fin y al cabo, es central para comprender la envergadura no solamente epistémica del proyecto filosófico bergsoniano, sino ontológica, la cual hará viable una nueva forma de configuración de toda una metafísica que piensa un ser de duración como un ser eminente de alteración, tal como Aristóteles problemáticamente la entiende en el marco de su propio sistema ontológico. La alteración del ser podrá así no solo ser pensada o enunciada, sino sentida y experimentada por una nueva apertura de la experiencia, la cual se abre al cambio y al devenir constante. (p. 16).
Pues bien, y creemos que no nos apresuramos al decirlo, estos enunciados y sus promesas concomitantes irán paulatinamente desplegándose en este texto para dar cuenta del campo en que experimentaría la experiencia su devenir inmanencia; la posibilidad de devenir la curvatura de sí por la condición material de la duración solo sería posible de experimentar destinando a la experiencia a hacer de sí un ensayo. Dicho de otro modo, Tiempo y experiencia nos señalaría la posibilidad de pensar de otro modo el tiempo al exponer su concepto a la eficacia material de la duración; un complejo duración-materia, formante de la experiencia, no podría ser sino la fórmula para pensar la alteración: para liberar a la substancia del regocijo del juicio lógico que anula la realidad del devenir. Ruiz Stull, al variar enunciativamente dicha fórmula, nos permitirá concebir las diversas y heterogéneas figuras de la duración, porque cuando concebimos el movimiento material de lo real no deberíamos tratar de tematizarlo como si se presentase como el perpetuo desplazamiento de un móvil resistente al cambio (la necesidad de insistir, como lo hace Ruiz Stull y Bergson, en la crítica, me atrevería a decir, a los pensadores que provengan de Elea), sino, y más bien, se trataría de pensarlo alterado, afectado, afectándonos.
Por ello nos dirá Ruiz Stull,
Filosofar consiste en invertir la dirección habitual del trabajo del pensamiento. Puede instalarse [el pensamiento] en la realidad móvil, adoptar su dirección que cambia sin cesar, captarla, en fin, intuitivamente. Para esto es necesario que se haga violencia, que invierta el sentido de la operación por la cual piensa habitualmente, que examine o, mejor, que rehaga sin cesar sus categorías. (p.21).
Dicho de otro manera, las relevancias de los énfasis desplegados en Tiempo y experiencia no son inocuos si deseamos aceptar la promesa que nos había con elegancia propuesto en su lectura el prologuista de este texto: la de una “nueva ontología” (p.14), porque si el campo que desea abrirse al tiempo en el espacio tiene lugar en este texto es porque nos invita a pensar en y la duración y al ser en tanto alteración. Por cierto, como nos lo va a decir Ruiz Stull, el papel de la intuición es fundamental para invertir la dirección habitual del pensamiento, ya que si los conceptos con los que traducimos habitualmente la experiencia del tiempo lo presentan estáticamente sin expresarnos la íntima movilidad de lo real, estos, vía intuición, deben ser violentados en su operación para que dicha estabilidad experimente la inestabilidad que esencialmente la constituye. De lo que se trataría es de cernir al espacio del tiempo para describir e inscribir el devenir de lo real en su despliegue temporal. Intentemos inscribir la salida del espacio, por tanto.
En el primer capítulo, La configuración de la temporalidad como problema. De Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, Ruiz Stull – y, afines electivamente, Bergson- nos invitará a plantearnos el estatuto de la sensación referida a “[...] la forma de donación de lo real” (p.40). Es decir, si el dato de la sensación nos remite a una multiplicidad material en cuanto lo dado a experimentar empíricamente, dicha experiencia podría concebirse tanto espacial como temporalmente. Como nos dirá Ruiz Stull, “Bergson, al remitir al horizonte de la experiencia el problema de la multiplicidad, hace posible considerar de modo contrastivo las categorías de espacio y tiempo que de modo esencial constituyen un determinado orden que puede tomar esta” (p.51). Pues entonces atendiendo a dicha forma de donación este capítulo se abocará a resolver tal problema discerniendo los matices de su desenvolvimiento tanto espacial como temporalmente. Porque al dar cuenta de la posibilidad de la experiencia de volcarse desinteresada y atentamente hacia lo real, al ser ella reconducida hacia la estética en cuanto experiencia que nos presenta la materia en su singularidad obligándonos a pensar de otro modo su forma de donación, advendría la cualidad como el modo primigenio con que nos afecta y somos afectados por el devenir de lo real.
Ahora bien, ello también debe llevarnos a considerar que
[...] el problema del espacio siempre remitirá a la forma pragmática con que se inviste la experiencia para intervenir en la materia. Si pensamos y desarrollamos un conocimiento a través de esta vía, pensando en una multiplicidad numérica cuantificable, es justamente en función de efectuar un arreglo en el mundo, en la materia entendida de una forma aún muy general. [...] Pensar en términos de espacio es pensar a partir de mediaciones que toda vez necesitan para sus operaciones de análisis y de síntesis destemporalizar aquello que por naturaleza aparece y se presenta en términos de tiempo. (p.52).
Al concebir la experiencia espacialmente le sustraemos al pensamiento la posibilidad de pensar la eficacia del tiempo al representárnoslo divisible, producto de la necesidad de habérnosla pragmáticamente con cosas. Si el problema del espacio remite siempre a la necesidad de efectuar un arreglo en la materia con vista a determinados fines, la experiencia espacialmente pensada se debe a que el tiempo es contraído por la acción de un determinado hábito o por un modo habitual de verse en y con un estado de cosas en términos de fines, y esto no es sino lo que define a la experiencia como esencialmente interesada. Dicho de otro modo, que el espacio se deba a una pragmática originaria que provee el material para el surgimiento de las categorías del entendimiento, dice relación con un modo de verse con lo real que afectaría a la presentación temporal del mismo por medio del pensamiento, porque paradójicamente el mismo entendimiento, para su operación, sustraería la eficacia material de la duración priorizando la representación espacial de lo real al tener que efectuar un arreglo en la materia. Ahora bien, “[E]sto significa que no aparece en cuanto tal [lo real al presentarse mediado por intereses], sino prefigurado respecto de ciertas condiciones prácticas que inquieren por dominar aquello que se presenta a los sentidos” (p.60). Es decir, que el ser de lo real no se ciña del todo a las condiciones prácticas de la experiencia, nos afirma la posibilidad o emergencia de otro modo de pensar la experiencia. Un “[...] modo que asumiéndose desde el tiempo de la duración, puede tener su génesis absoluta en las intensidades dadas por la sensibilidad, flujo libre de imprevisión que da cuenta de la realidad en oscilación variable de heterogéneos en constante proceso de alteración” (p.92). Dicho de otra manera, al liberar al tiempo de su representación numérica y al ser volcada la experiencia para ser pensada desde la estética, la presentación de lo múltiple puede comenzar a pensarse como una multiplicidad heterogénea que se formula: complejo duración-materia, y ello sería pensar la forma de donación de lo real considerando a la sensibilidad como un ser afectado por la materia en duración, obligándonos a concebir el dato esencial de lo real bajo los términos de la cualidad y no de la cantidad.
En el siguiente capítulo, La memoria como proceso de diferenciación. De Materia y memoria, Ruiz Stull nos presentará -y, como lectores, debemos reiterar que habrá que prestarle atención a la rigurosidad de la variación enunciativa que este texto nos va intensamente extendiendo - una fórmula para acercarnos a la naturaleza del pensamiento considerando a la memoria como una fundamental facultad. Para ello, este capítulo nos llevará por los meandros del sentido de las imágenes para la experiencia, ya que ellas, definiendo y distinguiendo su actuar, nos permitirán considerar la forma de donación cualitativa del devenir de lo real; es decir, hay que considerar que “[...] la imagen es el articulador material de toda experiencia efectiva” (p.103) ya que actúa imperceptible y materialmente entre nosotros y la realidad; en pocas palabras, la realidad de la memoria es como si presidiera y posibilitara nuestra existencia. Pues bien, como nos dirá con mayor fineza Ruiz Stull,
[l]as imágenes jugarían, en términos muy generales, un rol de expresión de los elementos virtuales o potenciales de un universo material [...]. En la medida en que son elementos del todo de la materia, las imágenes tendrían una realidad independiente de nuestra percepción, pero al mismo tiempo comprenderían el todo de una percepción. [...] De este modo la materia o el contenido material de las imágenes es real y exterior a nosotros, pero su silueta o forma es imaginaria y, en consecuencia, relativa a nosotros. (p.104).
Como no debemos olvidar que la génesis de todo conocimiento proviene de la eficacia de la acción determinando un corte en lo real, tampoco debemos olvidar que dicha posibilidad “[...] encuentra su materia en un conjunto de imágenes, plurales y variables” (p.112). Pues si “[...] la génesis de todo conocimiento posee esencialmente un carácter sustractivo, que opera en base a formalidades que pueden llegar a ser más o menos sofisticadas en vistas de un acto de intervención en la serie material” (p.112), privilegiar la imagen no es sino dar cuenta de la inscripción de “[...] toda nuestra representación, [de] todos los caracteres de nuestra conciencia, en el horizonte de un mundo eminentemente material” (p.105) que faculta la posibilidad de intervenir en la materia. Por tanto, al considerar el papel de las imágenes en la génesis del conocimiento habría que prestar especial atención a la pluralidad y variabilidad de aquellas para la acción, que desde la temporalidad constitutiva de lo real, “[p]or corta que se suponga una percepción, ella [la imagen] ocupa en efecto una cierta duración, y exige en consecuencia un esfuerzo de memoria que prolongue unos en otros una pluralidad de momentos”. Incluso, como intentaremos mostrarlo, la “subjetividad” de las cualidades sensibles consiste sobre todo en “[...] una especie de contracción de lo real, operada por nuestra memoria” (p.119). Dicho de otro modo, si consideramos a la percepción desplegada temporalmente debemos prestar especial atención a la memoria porque ella cumple un rol fundamental para la experiencia en tanto ejerce de “[...] sintetizador de toda experiencia puesta en la dimensión temporal que abre la duración” (p.131). Esto es, “[...] la memoria es una condición real para que se efectúe en cuanto tal un acto de percepción y es en este sentido que debe poseer un carácter transformacional en la justa medida en que se alteran las condiciones iniciales que hacen viable la atención que implica esta forma específica de percepción” (p.141). En palabras de Ruiz Stull:
En una fórmula: lo actual en su actividad expresa un mínimo de potencial y lo virtual en su inactividad expresa un máximo de potencial; de este modo debemos finalmente comprender aquella tercera proposición en torno a la operación de la memoria: el pasado a través de grados insensibles dispuestos temporalmente en duración esbozan los movimientos potenciales de toda acción naciente. Estos planos, entonces, potenciales, plurales, específicos y heterogéneos consigo mismos, no son sino las diversas expresiones de la duración: la experiencia en este sentido muestra ser el enclave de la configuración de una complejidad que difiere en naturaleza, y su variación en todo momento muestra una diferencia interna, en la medida en que la variación de dosis de duración y materia comprometen la estructura específica que puede tomar la experiencia dependiendo siempre del potencial de sus formantes. (p.158-159).
La exigencia de la memoria para la experiencia sería connatural a la exigencia de la experiencia para la memoria si consideramos el vínculo indivisible entre pasado, presente y futuro en cuanto este afirma la realidad irreductible e indivisible del movimiento. En otros términos, materia y memoria consideradas en términos de actualidad y virtualidad son necesariamente dos potencias del actuar de la experiencia si pensamos que la operación que define a ambas solo puede cobrar realidad en el tiempo; la memoria no sería sino un momento de la materia y la materia un momento de la memoria, momentos que habría que considerar esencialmente sin presumir su detención (sin espacializarlos) o, más bien, de lo que se trataría es de pensar todo momento como originariamente en duración, como una potencia material afectada en todo momento por la memoria que ha ido cobrando realidad para devenir actual.
Qué es en fin la experiencia sino la apertura de una dimensión dinámica en todo momento configurada por un complejo entramado de dosis fluctuantes de recuerdos y sensaciones, de la actualización de lo inactual, de la potenciación dinámica de aquello que sugiere lo presente al pasado y que actúa alterando lo futuro: en suma, de un complejo de duración-materia. (p.164).
En el tercer capítulo, Vida, multiplicidad y actualidad. De Evolución creadora, Ruiz Stull nos volcará hacia un problema cuya apuesta enunciativa buscará acercarnos –vía: distinciones que atienden a la complejidad de lo real y matices que buscan discernir la eficacia del tiempo en su realización cualitativa- a la emergencia inmanente de la vida. Recordemos que el procedimiento va a atenerse a lo que revela la intuición en cuanto ésta deviene un método que libera al movimiento de su representación espacial, siendo ella un efecto de la acción que necesariamente mediatiza la realidad y produce “estados de cosas”. En otros términos, al forzar al pensamiento a pensar en duración, si consideramos la realidad de una experiencia desinteresada provista por la asunción del plano estético como realidad posible de ensayar o experimentar, la posibilidad de pensar en otros modos de donación de lo real se torna efectiva por la alteración que sufre la misma experiencia al hacer posible un pensamiento más allá de los cuadros habituales en que por necesidad práctica ella se encuadra. Como nos dirá Ruiz Stull, “[...] la duración es aquella apertura a la temporalidad que insiste por recorrer las variaciones cualitativas, alejándose de calcular los segmentos cuantitativos en que bien puede ser inteligentemente cortado su progreso en alteración” (p.193). Pues bien, una de las distinciones que nos da a pensar este capítulo en su recorrido es la que diferencia a la inteligencia del instinto, distinción necesaria para dar cuenta de la operación que potencialmente ha ido desarrollando el movimiento de la vida en su inmanente y heterogénea diferenciación.
Si bien ambas potencialidades que dan expresión al movimiento de la vida poseen una coincidencia de origen, dado por el empuje de la propia fuerza de despliegue que vemos en lo orgánico y viviente de la naturaleza, la divergencia de sus procedimientos pone en escena la naturaleza de su diferencia. La diferencia, creemos, es manifiesta por la forma de relación con que opera una y otra capacidad de lo viviente para desplegarse en la materia: por un lado, el instinto es coextensivo en sus operaciones con la materia orgánica y la inteligencia con la materia inorgánica, pero, por otro lado, el instinto se configura como una respuesta inmediata frente a los problemas que la confrontan con la materia y la inteligencia enfrenta y resuelve estos problemas a través de la fabricación de mediaciones, de instrumentos artificiales que se inventan en conformidad a la resolución de determinados fines. (p.221).
Si atendemos correctamente a esta cita, las operaciones que efectúan tanto el instinto como la inteligencia, que en su génesis coincidirían en cuanto ambas deben resolver el problema de la resistencia de la materia, se diferencian por la naturaleza de los procedimientos desplegados en ella, que en definitiva nos proveen de su respectiva definición. Pues bien, si el instinto opera de modo inmediato ya que de modo orgánico en sus operaciones se confronta inmanentemente con la materia y si la inteligencia se enfrenta a la materia de modo mediato al confrontarse a ella a través de invenciones, no debería olvidarse que “[l]o que es viviente se manifiesta en la movilidad; la vida, así, es la movilidad misma en la justa medida en que sus operaciones, tanto instintivas como inteligentes, manifiestan su curso de despliegue” (p.229). Dado que,
El movimiento con que se presenta de inmediato la vida no es obra de una fabricación, es una tarea de organización de la movilidad característica del movimiento vital. La naturaleza procede de modo distinto que la tendencia inteligente de composición: no por un movimiento de concentración de elementos preexistentes, sino por una organización de tendencias que disipa esos mismos elementos materiales. (p.204).
Que el comportamiento de la naturaleza debamos comprenderlo inmanentemente dice relación con el procedimiento que la definiría, la necesidad de pensarla en su despliegue temporal y material, es decir, que la naturaleza proceda como “[...] una organización de tendencias que disipa esos mismos elementos materiales” (p.204) nos caracteriza termodinámicamente el comportamiento de la materia en cuanto esta está destinada a inclinar su fuerza porque sus componentes se disipan en duración, es decir, sin que preexista a ella un plan de su mismo desenvolvimiento. Ello impide que la vida pueda presentarse como fabricación, pues ello sería concebirla como si preexistiera a la misma la causa de su forma y de su finalidad que no sería otra cosa que hacer inteligible espacialmente el despliegue de la vida. Ahora bien, que el movimiento inmanente de la vida sea una tarea de organización nos devela que esta nos es posible de pensar, si consideramos que la movilidad de la vida es esencial a la misma, como un ser de tendencia que disipa sus elementos materiales al habérselas con la resistencia de la materia.
Y un ser de tendencia es un puro ser de alteración, que da razón así a sus repentinas transformaciones. Alteraciones, que en su ser de pura sensación, implica siempre un juego libre de fuerzas que interactúan cada vez en la estructura compleja de lo orgánico asegurando la constancia en el devenir de sus propias formas. (p.208).
Por ello, y retomamos ciertos enunciados ya expresados, al ser y hacer necesario pensar el carácter extensivo de la vida, de la experiencia y de la memoria en términos originariamente cualitativos considerando el complejo duraciónmateria como la fórmula adecuada para concebir el despliegue temporal de lo real, el movimiento que habría que caracterizar como propio de la materia en cuanto su ser es un ser de tendencia no sería sino uno que estaría esencialmente compuesto por las alteraciones que sufre en su mismo despliegue. Como hemos intentado decir en esta aproximación a Tiempo y experiencia, la apuesta por hacer de la intuición una experiencia radical proviene de la posibilidad de producir un campo en que se despliegue para el pensamiento otro modo de donación de lo real que condiga con su movimiento inmanente, ello implica liberar a la experiencia de los hábitos contraídos por la necesidad de su sobrevivencia que ha conllevado olvidar la irrenunciable condición temporal que la define, pues de lo que se trata es de considerar la memoria material de su misma duración. Dicho de otro modo, es como si la experiencia debiese despertar y experimentar su puro ser de sensación, lo cual sólo sería posible en un campo producido por el pensamiento que abriría a la experiencia a ensayar su inestabilidad, definida materialmente como un ser de alteración.
En términos simples, la intuición no podría ser, recuperando tanto a la inteligencia como al instinto, sino una reconfiguración de la totalidad de la experiencia que prolonga la dirección continua del instinto bajo la expresión discontinua del discurso. Este es el papel fundamental de la intuición: reconfigurar la experiencia significa ante todo una reconfiguración del discurso filosófico, en vista de donar objetividad a los conceptos que operan de modo efectivo en el pensamiento en clave bergsoniana. (p.240).
Para concluir podríamos decir que si deseamos aproximarnos a Tiempo y experiencia deberemos ser parte de dicha apuesta, es decir, si consideramos que aún no hemos pensado con suficiente radicalidad la naturaleza del movimiento – y para pensarla nos hace falta ante todo hacer la experiencia de lectores de este libro-, y que esta cuestión no es ni más ni menos que una radical vuelta a un problema que atañe a la génesis del pensamiento, de la experiencia y de la vida, podría deberse a que no hemos atendido –para atender hace falta enunciar, y este libro enuncia- al sentido de la alteración como formula originaria para pensar la duración-material de lo real. Como nos lo dirá Ruiz Stull:
Si el tiempo es eficaz, como lo propone el pensamiento bergsoniano, este debe poder afectar de modo sensible el aspecto en que se dan en su devenir las cosas. Es por ello que, a nuestro juicio, un tiempo en duración, dicho siempre del devenir de las formas, supone ante todo ser un tiempo de alteración, y si la alteración es por esencia, mediante Aristóteles, un ser de sensación, la duración no es sino un tiempo que está en su potencia modificar los cuadros que dan realidad y soporte al advenimiento de esos datos sensibles que suponen la variación, el detalle y la continuidad de su transformación constante. El ser que es la duración –conforme a estas premisas– debe ser un ser de alteración, ya que su realidad se cumple en la variación, conforme a los diversos planos de conciencia que supone su efectivo desenvolvimiento. (p.267).
Comencemos a leerlo, por tanto. En esta aproximación para nosotros se trataba de realizar un recorrido, de un recodo, de una contorsión, de seguir algunos de los meandros de este texto y de intentar dejar hablar en una suerte de diálogo al autor. De aproximarnos a un pensamiento que busca pensar más allá de la condición humana, es decir, de atender a otros cuadros de experiencias; de conmocionarnos en y con el sentido, de aventurar que la vida misma sigue más allá de lo que digamos de ella. De apasionarnos, de sentir ese latido y su sensación; de respirar, sí, de respirar.
Y este texto, que no es cualquiera, que lleva por título Tiempo y experiencia, nos sacude, como si un torbellino nos cruzara, como si debiésemos comenzar a explorar lo que podría significar pensar.2
Recebido em: 17/11/14
Aceito em: 20/01/15
[1] Universidade de Chile. Doctor (c) en Filosofía. Mención Estética y Teoría del Arte. Universidad de Chile. Endereço: Las Encinas 3370, Ñuñoa, Santiago, Chile. Cano y Aponte 1047, dpto.401. Providencia, Santiago, Chile. Email: sergiosermar@ug.uchile.cl; sergio.sermar@gmail.com