LA HEGEMONÍA EN SU MUTUO ANUDAMIENTO ÓNTICO-ONTOLÓGICO EN LA TEORÍA POLÍTICA

DE ERNESTO LACLAU

 

Hernán Fair[1]

 

 

 

RESUMEN: Este artículo analiza cómo se encadenan los planos de lo ontológico y lo óntico en la Teoría Política del Discurso de Ernesto Laclau. Se concluye que, desde el plano ontológico, la hegemonía constituye una forma político-discursiva de articulación y universalización relativa, precaria, contingente y parcial de los particularismos en significantes vacíos que actúan como puntos nodales. Desde el nivel fenoménico-político, Laclau pone en juego estos conceptos para mostrar el desplazamiento y contaminación discursiva entre lo particular y lo universal en la operación hegemónica, que transforma las identidades políticas y construye un orden comunitario y un nuevo sentido común. Desde el nivel ético-político, la conceptualización de la hegemonía se articula a la construcción discursiva de una estrategia socialista y a una democracia radical. Este proyecto político lucha contra los esencialismos y las formas de explotación y opresión social y por un horizonte de liberación que amalgame las luchas de los grupos subordinados y reconozca las diferencias y particularidades como constitutivas y deseables. La teoría formal del populismo presenta algunas inconsistencias óntico-ontológicas en este esquema. Sin embargo, su sobredeterminación simbólica disuelve las disyunciones tajantes entre la lógica y el análisis histórico-político y entre la forma y el contenido. Ello pone de manifiesto el mutuo anudamiento entre lo óntico y lo ontológico y la centralidad de la noción gramsciana de hegemonía para el análisis político y crítico de fenómenos y procesos históricos contemporáneos.

PALABRAS CLAVE: Hegemonía. Teoría política del discurso. Plano ontológico y plano óntico. Teoría política contemporánea.

 

 

 

 

 

1  Introducción

Uno de los temas que genera discusiones más intensas y profundas entre los especialistas en la teoría discursiva de la hegemonía de Ernesto Laclau se relaciona con los modos de articulación entre el plano ontológico y los contenidos ónticos (CRITCHLEY, 2004; HOWARTH, 2008, NORVAL, 2008; DE ÍPOLA, 2009; ARDITI, 2010; BUENFIL BURGOS, 2010; RETAMOZO, 2011; CASTAGNOLA, 2014, entre otras/os). En este trabajo nos proponemos analizar de una forma sistemática y rigurosa esta problemática. De este modo, esperamos contribuir a enriquecer la discusión teórico-política en el campo de la izquierda posmarxista. ¿Cómo articula la teoría de la hegemonía los conceptos, categorías y lógicas político-discursivas con sus modos de investimiento en determinados contenidos concretos?, ¿Cómo integra la conceptualización teórica con los elementos normativos y axiológicos que se vinculan a la praxis ético-política crítica? Para responder a estos interrogantes el artículo se estructura en dos partes. En la primera parte, analizaremos las características onto-epistemológicas que definen al concepto de hegemonía en los principales trabajos de la teoría política posfundacional de Laclau. En la segunda parte, nos desplazaremos al plano óntico de la Teoría Política del Discurso para examinar el abordaje fenoménico y los contenidos axiológico-normativos que ponen en juego la noción de hegemonía desde la dinámica histórico-política.

 

2  Consideraciones sobre los modos de articulación entre lo ontológico y lo óntico en la teoría de la hegemonía de Laclau

A partir de la ruptura teórica, onto-epistemológica y política que significaron los trabajos “Tesis acerca de la forma hegemónica de la política” y Hegemonía y estrategia socialista (este último, en colaboración con Chantal Mouffe), ambos publicados en 1985, Ernesto Laclau construyó una innovadora teoría política del discurso de matriz posfundacional, posestructuralista y posmarxista. Desde la teoría de la hegemonía de Laclau la construcción de las lógicas, conceptos y categorías a nivel ontológico se invisten fenoménicamente (históricamente) en determinados contenidos ónticos. A partir del ejemplo del rol de los “significantes vacíos” en la operación hegemónica, Laclau sostiene que: “Esa función ontológica de expresar la presencia de una ausencia sólo puede tener lugar a través del investimiento en un contenido óntico.” (LACLAU, 2014, p. 149).

Pero, al igual que en la concepción heideggeriana, el investimiento que articula lo ontológico con su manifestación óntica no supone una determinación causal, mecánica, lógica o necesaria del primero sobre el segundo. En efecto: “El contenido óntico no puede derivarse de la función ontológica, y entonces el primero será sólo una encarnación transitoria de la última.” (LACLAU, 2003a, p. 86).

 

Laclau apela a la metáfora del “puente” para expresar el “hiato” que impide reducir lo ontológico a lo óntico y mostrar la articulación “transitoria” y no lineal entre ambos planos en la operación hegemónica: “La operación hegemónica consiste en un investimiento radical que, a la vez que intenta crear un puente entre lo óntico y lo ontológico, reproduce, a su vez, su imposible convergencia.” (LACLAU, 2014, p. 149-150).

Desde la perspectiva antiesencialista de Laclau el vínculo entre lo ontológico y su contenido óntico no representa una lógica objetiva y necesaria, sino que es producto de un investimiento contingente y relativo que impide yuxtaponer y subsumir ambos planos:

El ser de una identidad no es meramente dado; es el resultado del investimiento de un contenido óntico por una significación ontológica que no emerge lógicamente de ese contenido. (O para ponerlo en otros términos, que la articulación entre lo óntico y lo ontológico está siempre mediada discursivamente.) Esto se aplica a los dos lados de la ecuación. No hay contenido óntico que, por sí mismo, tenga una significación ontológica precisa. Pero, a su vez, no hay significación ontológica que no se construya a través del investimiento de un contenido óntico. (LACLAU, 2014, p. 142).

 

Sin embargo, a diferencia de Heidegger (1991), Laclau parte de una concepción de construccionismo social posestructuralista. Desde esta perspectiva las identidades políticas y la realidad social están sobredeterminadas por el orden significante (LACLAU, 1985, p. 23 y ss., 1993: 114-116 y ss., 1996; LACLAU;y MOUFFE, 2004, p. 129-130 y ss.). En este sentido, junto con el uso de conceptos lacanianos desde el Análisis Político del Discurso, una de las innovaciones de la teoría del discurso es el empleo de los tropos de la retórica para analizar los desplazamientos óntico-discursivos de la lucha hegemónica. Laclau destaca que en su perspectiva la forma se encuentra inextricablemente ligada al contenido: “En una perspectiva como la mía, que enfoca las transiciones hegemónicas en términos de desplazamientos retóricos, es imposible comprender conceptualmente la forma independientemente del contenido.” (LACLAU, 2003a, p. 69).

Pero el principal contraste entre la teoría política de Laclau y la fenomenología existencialista de Heidegger es el posicionamiento del primero dentro del campo “posmarxista” (LACLAU, 1993, p. 107, 2014: 11; LACLAU y MOUFFE, 2004). De un modo más estricto, hemos situado a su teoría de la hegemonía en el campo posgramsciano (FAIR, 2015b). A diferencia de la fenomenología heideggeriana, la tradición marxista articula la teoría con una praxis política crítica y socialmente transformadora que busca superar las formas de explotación del capitalismo para alcanzar una sociedad comunista[2]. Desde esta perspectiva, el plano de lo óntico posee un objetivo ético-político inherente de transformación radical de las condiciones de explotación social del sistema capitalista para lograr la emancipación del género humano[3]. Recordemos la crítica materialista de Marx al capitalismo y la Tesis 11 de Feuerbach, reformulada por Gramsci (2008a, p. 14 y ss.) como una “filosofía de la praxis”.

En la teoría de Laclau la meta ético-política tiene por objeto la crítica a las diferentes formas de explotación y opresión social del capitalismo actual y la construcción política de una estrategia socialista y de una democracia radicalizada y plural que lucha por la liberación de los grupos subordinados. En este marco, los aspectos conceptuales, el análisis histórico-político y la crítica social se encadenan y sobredeterminan entre sí. Como señala Marchart, Laclau “formuló un proyecto político: el proyecto de una democracia radical y plural en la que, una vez más, la teoría se pone al servicio de la práctica” (MARCHART, 2008, p. 78). En este sentido, como indica Retamozo (2017, p. 164), ambos planos “se requieren, puesto que es sólo desde lo óntico (las prácticas políticas) que podemos acceder a disputar lo ontológico (la estructuración del orden)”. De este modo, la teoría de la hegemonía no puede ser desligada del análisis fenoménico-discursivo que pone en juego sus conceptos y categorías, y ambos momentos tampoco pueden desligarse de una praxis político-militante relacionada a la construcción de una revolución democrática y una estrategia socialista con una meta socialmente emancipatoria para los grupos subalternos[4].

La necesidad de diferenciar entre la filosofía heideggeriana y la teoría posgramsciana de Laclau nos conduce a incorporar una distinción operativa entre dos niveles internos al plano óntico. Esta distinción analítica resulta útil para comprender de un modo más complejo la especificidad de la teoría de la hegemonía:

1) El nivel fenoménico-político: corresponde al análisis discursivo de la puesta en juego de la conceptualización ontológica desde sus modos contingentes de manifestación histórico-políticos.  

2) El nivel ético-político: corresponde al análisis discursivo del proyecto normativo-axiológico de la teoría de la hegemonía, que se vincula, de un modo contingente y situacional, a una praxis política crítica de las diferentes formas de explotación y opresión del capitalismo, socialmente transformadora, radicalmente democratizadora y con un horizonte de emancipación social de los grupos subordinados, que reconozca las diferencias y particularidades como constitutivas.

Es importante destacar que estos dos niveles de lo óntico:

a) Se vinculan (de un modo no mecánico ni lineal) con los presupuestos y premisas ontológicas de la teoría política del discurso de Laclau (sobredeterminación significante, contingencia radical y negatividad constitutiva de lo social). 

b) Se encuentran intensamente anudados entre sí desde el orden significante, de manera tal que la descripción histórico-política (fenoménica) se articula (contingentemente) con el objetivo ético-político (discursivo) posmarxista/posgramsciano (en el caso de Laclau, con la construcción política de una estrategia socialista y la defensa de una democracia radicalizada y plural[5]).

 

3  El plano ontológico de la hegemonía: la hegemonía como lógica político-discursiva articulatoria que universaliza de una forma precaria y parcial la particularidad inherente

Laclau reconoció en reiteradas ocasiones que “hegemonía es el concepto clave para pensar la política” (LACLAU, 2014, p. 64). Y, desde sus trabajos medulares de los años ochenta, se propuso construir “una nueva concepción de la política fundada en la noción de hegemonía” (LACLAU, 1985, p. 34). El teórico político argentino retomó de Antonio Gramsci (2008a, 2008b) el concepto de hegemonía y destacó la “divisoria de aguas gramsciana” como un aporte fundamental para pensar un concepto más “complejo” de hegemonía (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 99 y ss.). Con Gramsci, además, enfatizó en la centralidad de la lucha político-ideológica como “guerra de posiciones” (LACLAU, 2005a, p. 293) y en la articulación entre teoría y praxis y entre política, economía, ideología e historia (LACLAU, 2014, p. 17). Entre los aspectos constitutivos de su teoría de la hegemonía, Laclau postuló la centralidad de la articulación política. En este sentido, sostuvo que la hegemonía corresponde a una “lógica de la articulación” (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 124) y definió a “la forma de articulación del conjunto de posicionalidades de una sociedad” como su “principio hegemónico” (LACLAU, 1985, p. 21). Asimismo, siguiendo a Gramsci, Laclau relacionó a la hegemonía con la construcción política de alianzas que trascienden el reducido núcleo “corporativo” de los grupos subalternos y constituyen un “nuevo sentido común” (LACLAU, 1985, p. 23).

Sin embargo, influenciado por la escuela posestructuralista francesa, en los años ochenta Laclau asumió una ontología construccionista social que sostuvo que el discurso construye y sobredetermina las identidades políticas y la realidad social. Esta nueva concepción afirma que “el terreno de constitución de la hegemonía es el discurso” (LACLAU, 1985: 23). Además, realizó una deconstrucción genealógica de la noción de hegemonía y un detenido análisis teórico y socio-histórico de las transformaciones en la estructura social y en las identidades políticas del capitalismo de finales del siglo XX. A partir de este análisis teórico de la praxis política, Laclau cuestionó las concepciones racionalistas y empiristas del marxismo, rechazó los determinismos clasistas y economicistas y elaboró una “concepción más amplia de los antagonismos sociales” (LACLAU, 1985, p. 19 y ss.; LACLAU; MOUFFE, 2004). Ello lo condujo a definir a la hegemonía como una construcción política contingente que se instituye de forma simbólica y carece de esencias o fundamentos últimos. Y le permitió postular que no existe ninguna sociedad carente de antagonismos ni plenamente universalizable (LACLAU, 2014, p. 144, 152). A pesar de estas tensiones con el marxismo, Laclau reconoció la decisiva influencia de la teoría gramsciana en su perspectiva (LACLAU, 2005a, p. 149, 2014, p. 16, 148-150). De hecho, Laclau sostuvo que “nuestro trabajo puede ser visto como una extensión de la obra de Gramsci” (LACLAU, 1993, p. 205). De allí que hayamos identificado a su enfoque, en sentido estricto, como posgramsciano (FAIR, 2015b).

A partir de esta redefinición anti-esencialista, Laclau conceptualizó a la hegemonía como una “forma” (LACLAU, 1985) o como una “lógica hegemónica” (LACLAU, 2005a, p. 281, 2006a, p. 69) que se caracteriza por trascender sus contenidos particulares para asumir una universalidad, aunque sin eliminar el residuo inherente de particularismo (LACLAU, 1996). La nueva conceptualización posgramsciana de la hegemonía le permitió trascender a las perspectivas particularistas y universalistas del pensamiento social. En palabras de Laclau, “hay hegemonía sólo si se supera la clásica dicotomía universalidad-particularidad” (LACLAU, 2003a, p. 209). En contraste con estas visiones binarias, para Laclau la hegemonía constituye una forma político-discursiva de universalidad que no elimina las diferencias y particularidades y preserva la contingencia radical de lo social. Se trata de una lógica o una forma de universalidad contaminada por alguna particularidad (LACLAU, 2003a: 303-305). En este sentido, en reiteradas ocasiones Laclau definió a la hegemonía como:

El proceso por el cual una particularidad asume la representación de una universalidad con la que es en última instancia inconmensurable. (LACLAU, 2008, p. 79-80).

 

La representación, por parte de un sector particular, de una imposible totalidad con la que él es inconmensurable. (LACLAU, 2014, p. 116).

 

Una relación por la que un contenido particular asume, en un cierto contexto, la función de encarnar una plenitud ausente. (LACLAU, 2014, p. 64).[6]

 

El teórico político procuró subrayar, así, los “efectos universalizantes de la hegemonía” (LACLAU, 2003a, p. 191) y el resto de particularidad que lo distingue de los intentos de universalización de los totalitarismos y su lógica del Pueblo-Uno (LEFORT, 1990). Para Laclau la “universalidad” que se instituye es siempre “precaria” (LACLAU, 2008, p. 130), es decir, consiste en una “encarnación nunca concluida” (LACLAU, 2005b, p. 122). La hegemonía, como forma de “universalidad relativa” (LACLAU, 1993, p. 229), contiene “un resto de particularidad que no será erradicable” (LACLAU, 2003a, p. 305). Esto se debe a que todo signo es diferencial y a que equivalencia no significa identidad. De este modo, lo particular no puede ser eliminado de la construcción hegemónica. En caso contrario, la noción de hegemonía perdería su razón de ser (LACLAU, 2003a, p. 196, 305; LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 171). Para este último caso, Laclau (1993, p. 106, 2006a, 2014, p. 21-50) se refirió al concepto de “ideología”[7]. Ello permite distinguir entre la lógica anti-esencialista de la hegemonía (un contenido particular que asume el rol de universalidad, sin dejar de representar una particularidad) y las construcciones esencialistas (ideológicas), que niegan fantasiosamente la contingencia radical, la negatividad y el carácter particular y diferencial de las identidades y de todo orden social. De allí que la hegemonía no deba confundirse con alguna forma fundamentalista que rechaza los antagonismos y la división social[8].

Para explicar su tesis acerca de la forma hegemónica de la política Laclau construyó homologías conceptuales con tropos de la retórica (el desplazamiento de la metonimia a la totalización metafórica) (LACLAU, 2003a, p. 75, 86, 2003b, p. 6, 2005a,p. 96, 141, 2006a, p. 75, 78, 2008, p. 96, 2014, p. 74-97, 101, 112, 121), la teoría política gramsciana (la clase corporativa que universaliza sus objetivos particulares y se asume como fuerza hegemónica) (LACLAU, 1985, 1993, p. 80, 2005a, p. 148-149, 291-292, 2014, p. 148) y el psicoanálisis lacaniano (un objeto a como un objeto parcial que es elevado a la dignidad de la Cosa) (LACLAU, 2005a, p. 148-149 y ss.; 2008, p. 20; 2014, p. 19, 84, 86, 147-149).

Además, Laclau empleó una serie de conceptos mediadores. Primero se refirió, desde Lacan, a la centralidad de los “puntos nodales” en la lógica hegemónica. Los puntos nodales o puntos de capiton detienen el “deslizamiento” incesante de significados y realizan una “fijación relativa” de lo social (LACLAU, 1993, p. 105, 2003a, p. 71; LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 154). Luego, Laclau (1996) destacó el rol central de los “significantes vacíos” en la operación hegemónica. Los significantes vacíos logran trascender su inherente particularidad para articular diferentes demandas y encarnar simbólicamente el “orden comunitario” ausente, sin dejar de representar contenidos particulares: “Esta relación por la que un contenido particular pasa a ser el significante de la plenitud comunitaria ausente es exactamente lo que llamamos relación hegemónica. La presencia de significantes vacios es la condición misma de la hegemonía.” (LACLAU, 1996, p. 82).

Estos significantes “tendencialmente vacíos” (LACLAU, 1993, p. 81) o significantes de “vacuidad tendencial” (LACLAU, 2003a, p. 303) permiten constituir una “universalidad hegemónica” (LACLAU, 2003a, p. 195) o un “centro hegemónico” (LACLAU, 2003a, p. 210), sin eliminar los particularismos.

A partir de esta conceptualización, producto del análisis teórico de las transformaciones sociohistóricas del capitalismo de su tiempo, podemos afirmar que la lógica político-discursiva de articulación y universalización precaria, relativa, parcial y contingente de la particularidad inherente para encarnar el orden comunitario ausente, a través de los significantes (tendencialmente) vacíos que actúan como puntos nodales, constituye el núcleo ontológico de la teoría de la hegemonía.

 

4  Los usos de la hegemonía desde el plano óntico en la teoría política del discurso

A diferencia de la filosofía de Heidegger, en la teoría de la hegemonía de Laclau lo óntico supone no sólo un análisis fenomenológico (discursivo) que pone en juego la construcción ontológico-conceptual, sino también un abordaje político-militante que tiene como meta superar las formas de explotación social del capitalismo contemporáneo y alcanzar un horizonte socialista. Esto permite observar cierta relación de continuidad y coherencia con la tradición marxista y con la herencia gramsciana en particular. De un modo analítico, propusimos distinguir dos lados internos a lo óntico que se encuentran anudados en su teoría del discurso. Por una parte, el lado fenoménico-político, que pone en juego desde la dinámica histórico-política las herramientas conceptuales. Por la otra, el lado ético-político, que expresa desde la praxis política contingente y situacional el contenido axiológico de su propuesta teórica y ontológica.

 

5  Lo óntico desde el nivel fenoménico-político: la operación hegemónica como articulación social que transforma las identidades políticas y construye un orden comunitario y un nuevo sentido común

Examinar lo óntico-fenomenológico en la teoría de la hegemonía de Laclau supone realizar un análisis político-discursivo de la dinámica histórico-contextual, en estrecha relación con los aspectos ontológicos y conceptuales. Influido por el historicismo gramsciano y la fenomenología existencialista heideggeriana, Laclau destacó en numerosas instancias de su obra la importancia de la contextualización, la historización y la relativa sedimentación de lo social[9] (LACLAU 1993, p. 41, 53, 184; 1996, p. 82; 2003a, p. 76, 192, 194, 212; 2005a, p. 114; 2014, p. 37, 151, 162-163). Incluso, sostuvo que “las propias lógicas son dependientes del contexto” (LACLAU, 2003a, p. 283). Además, en diversos momentos puso en juego sus conceptos en la dinámica histórico-política.

En primer lugar, Laclau se basó en Gramsci (2008a, 2008b) para sostener que la dinámica de la hegemonía no supone una simple alianza entre clases sociales preconstituidas (como en Lenin), sino que “en la medida en que hay transformaciones hegemónicas en la sociedad, cambia también la identidad de los agentes sociales” (LACLAU, 1985, p. 21). De manera tal que, si la hegemonía “universaliza los objetivos particulares” a partir de “la relación de equivalencia que establece con otros sectores subordinados de la sociedad” (LACLAU, 2003a, p, 209), al mismo tiempo “dota a los agentes sociales de una nueva identidad”. De este modo, los “constituye como voluntades colectivas” (LACLAU, 1993, p. 243).

La puesta en juego de la hegemonía implica una transformación cultural de los agentes sociales. Es por ello que Laclau enfatiza, con Gramsci, la “importancia de las representaciones ideológicas para la (construcción de la) hegemonía” (LACLAU, 2003a, p. 52) y la “centralidad de la función intelectual como base del vínculo social” (LACLAU, 2003a, p. 56). Al igual que Gramsci (2008a, p. 10 y ss.), Laclau relaciona a la hegemonía con una reforma “intelectual y moral” que construye un “nuevo sentido común”[10]:

La obra de Gramsci representa el momento teórico fundamental en el que la noción de hegemonía supera el marco estrecho de la alianza de clases: hegemonía es el principio articulador de una nueva civilización, de la construcción de un nuevo sentido común de las masas que, como tal, implica un liderazgo intelectual y moral y no sólo un liderazgo político. Hegemonía es la construcción de nuevos sujetos, no la simple alianza entre sujetos preconstituidos. (LACLAU, 1985, p. 30).

 

En los términos gramscianos, la hegemonía construye una nueva “voluntad colectiva” en las clases subalternas. Sin embargo, para Laclau la articulación de voluntades colectivas y el nuevo sentido común se construyen desde el orden simbólico. De este modo, no se vinculan necesariamente a las “concesiones económicas” que constituyen para Gramsci la “base material” que legitima en última instancia la dominación burguesa[11].

Para mostrar la dinámica de articulación y universalización discursiva de lo social Laclau se refiere al concepto de “relación hegemónica” (LACLAU, 1996, p. 82, 2003a, p. 61, 2008, p. 38), “operación hegemónica” (LACLAU, 1996, p. 83, 2003a, p. 60, 2014, p. 18, 86) o “victoria hegemónica” (LACLAU, 1996, 2003a, p. 55). Según el pensador argentino, la operación hegemónica consiste en la capacidad de un “grupo particular” de “presentar sus objetivos propios como aquellos que hacen posible la realización de los objetivos universales de la comunidad” (LACLAU, 1996, p. 83, 131, 2003a, p. 55, 60, 2008, p. 15). Se trata de un “movimiento hegemónico” en el que “el cuerpo de una particularidad asume la función de representación universal” (LACLAU, 2003a, p. 302). Ello implica que un elemento particular, “sin dejar de ser particular”, asume en la dinámica política “una función de representación universal” (LACLAU, 2003a, p. 61). Este elemento que media entre lo particular y lo universal son los significantes (tendencialmente) vacíos: “La hegemonía requiere la producción de significantes de vacuidad tendencial que, al tiempo que mantienen la inconmensurabilidad entre universal y particulares, permite que los últimos asuman la representación del primero.” (LACLAU, 2003a, p. 209; véase también p. 62).

La “operación hegemónica” consiste en la capacidad de un significante privilegiado, en cierta coyuntura histórica, de “vaciar” su inherente particularismo para encarnar el orden comunitario ausente: “La operación hegemónica sería la presentación de la particularidad de un grupo como la encarnación del significante vacío que hace referencia al orden comunitario como ausencia, como objetivo no realizado.” (LACLAU, 1996, p. 83).

A través de los significantes (tendencialmente) vacíos, imbricados al análisis (discursivo) de la historia contextual, Laclau mostró desde la dinámica política el mecanismo que posibilita este desplazamiento particular-universal (particular) en la operación hegemónica y permite estructurar un orden comunitario y un nuevo sentido común.

 

6  Lo óntico desde el nivel ético-político: la construcción de hegemonía y los contenidos de la estrategia socialista y la democracia radical

Desde el nivel ético-político Laclau basó su concepción posmarxista en la articulación entre la teoría y la acción (praxis) política, en una lógica similar a la “filosofía de la praxis” gramsciana (CASTAGNOLA, 2014). Recordemos que la teoría de la hegemonía resulta inseparable de una praxis política militante que apunta a superar las formas de explotación social del capitalismo y alcanzar el socialismo. En el marco de la puesta en juego de lo ontológico a través de sus modos contingentes de investimiento en la dinámica política del capitalismo de finales del siglo XX, Laclau construyó un proyecto teórico-político que articuló la noción de hegemonía con el desarrollo de una “estrategia socialista” (LACLAU, 1985, p. 19). Sin embargo, al relacionar la construcción conceptual con sus aspectos fenoménicos, Laclau problematizó a la teoría marxista y operó una serie de reformulaciones que ampliaron el campo de los antagonismos y las luchas sociales más allá de la concepción determinista, objetivista, mecanicista y economicista del marxismo ortodoxo. Esta deconstrucción, influida principalmente por Lefort, Derrida y Foucault, supuso una crítica radical a la tradición marxista pero que, al mismo tiempo, recuperó algunas de sus categorías centrales para adaptarlas a las características del capitalismo de su tiempo: “Es a través de un cuestionamiento radical que se sitúa más allá de esa tradición [marxista], pero que es sólo posible en relación con ella, que el sentido originario de sus categorías (desde hace mucho entumecido y trivializado) puede ser recobrado.” (LACLAU, 1993, p. 107).

En esta redefinición teórico-política había que ir más allá de ciertas “inconsistencias” del marxismo, tanto a nivel onto-epistemológico, como desde sus “aplicaciones” realmente existentes, pero sin abandonar la herencia marxista “desde un punto de vista político” (BUENFIL BURGOS, 2017, p. 182). De allí que Laclau (1993, p. 245) afirme: “Una democracia radicalizada posmarxista debe alimentarse de una serie de tradiciones teóricas y políticas de las cuales el marxismo es sólo una.”

A partir de un exhaustivo análisis histórico-conceptual de los cambios en la estructura social, en los modos de lucha y en las identidades políticas en el capitalismo de finales del siglo XX, Laclau (y Mouffe), consecuentemente con el corrimiento del marco ontológico del posmarxismo, destacaron la necesidad de articular políticamente la pluralidad de luchas sociales que exceden a la lucha estrictamente anti-capitalista, aunque la presuponen. Entre ellas, las luchas de los nuevos movimientos sociales contra las formas de opresión social racistas, colonialistas, patriarcalistas y burocráticas. La propuesta de “democracia radical y plural” sostuvo que era necesario construir desde el orden significante una estrategia socialista hegemónica para que los grupos subalternos perciban primero las relaciones de subordinación como relaciones de opresión y explotación social antagónicos al sistema de dominación; y luego puedan articular y universalizar sus diferentes luchas particulares en defensa de los valores humanistas de la igualdad y la libertad (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 195 y ss.). En Nuevas reflexiones… (NR) Laclau vinculó a la “democracia radicalizada y plural” con las diferentes formas de participación popular y “gestión social de la producción”:

Una democracia radicalizada y plural implica una multiplicación de estos grupos de referencia que intervienen en la gestión social de la producción. Las varias identidades que surgen de la fragmentación del proceso de trabajo, las distintas categorías de trabajadores, las minorías sociales y raciales, así como aquellos grupos movilizados por la explotación del medio ambiente. Todos ellos tienen un interés, y deben por lo tanto participar, en la gestión global de la sociedad. (LACLAU, 1993, p. 15).

 

En este trabajo Laclau reconoció que “el racismo, el sexismo y la discriminación de clase limitan siempre la emergencia y plena validez del humanismo” (LACLAU, 1993, p. 140). Y afirmó que “la pluralidad de emancipaciones abre la posibilidad, obviamente, de un socialismo más democrático” (LACLAU, 1993, p. 235). Además, destacó que “como hemos afirmado a menudo, el socialismo es parte integrante de la democracia radicalizada” (LACLAU, 1993, p. 238). En textos posteriores Laclau (2003a) mantuvo la vinculación entre la lucha hegemónica y la “iniciativa socialista” y afirmó que ello implicaba la construcción política (discursiva) de una “democracia radical” para las nuevas condiciones históricas del capitalismo. En sus palabras:

La hegemonía se presenta como una nueva categoría en respuesta a estos obstáculos [del marxismo ortodoxo] y como un intento de recuperar la iniciativa socialista en un terreno histórico alterado. Y la democracia radical debe ser concebida en los mismos términos: como descripción de un proyecto político abocado a repensar la estrategia hegemónica en las nuevas condiciones históricas de las sociedades contemporáneas. (LACLAU, 2003a, p. 294).

 

En NR Laclau, además, reconoció que “las categorías de clase y lucha de clases no deben ser abandonadas, sino historizadas” (LACLAU, 1993, p. 176). A partir de allí, destacó la potencialidad de la noción marxista de clase para analizar las posiciones tendencialmente homogéneas que caracterizan a los trabajadores de los enclaves mineros (LACLAU, 1993, p. 177). En este trabajo Laclau también rechazó la afirmación que “la economía en una sociedad capitalista no imponga límites estructurales fundamentales a lo que pueda hacerse en otras esferas” (LACLAU, 1993, p. 130). Aunque sostuvo que las limitaciones económicas que impone históricamente el capitalismo no son independientes de las “luchas obreras” y del “grado de organización sindical” (LACLAU, 1993, p. 130). Al igual que en Gramsci (2008b), para Laclau existe una “imbricación” entre los “elementos políticos, económicos e ideológicos” (LACLAU, 1993, p. 41). En este sentido, “el mismo espacio económico se estructura como espacio político” (LACLAU, 1993, p. 130). Sin embargo, el abordaje de las formas sociohistóricas de explotación capitalista, la postulación de la centralidad de la lógica instrumental y el estudio de las luchas sociales de los trabajadores, se vincula con un análisis íntegramente discursivo. De allí que desde Laclau tanto la afirmación de la centralidad de lo económico en el capitalismo, como el modo de estructurarse la lucha social en la guerra de posiciones, requiere de un análisis histórico-contextual-discursivo del proceso político, y no puede establecerse a priori[12] (LACLAU, 1993, p. 128-130, 228-230).

En cuanto a los contenidos concretos del proyecto de socialismo democrático, Laclau destacó la posibilidad de pensar en un “control democrático de la gestión económica” y propuso una serie de políticas económicas e institucionales que:

Combinarán la propiedad privada y la propiedad pública de los medios de producción, evitarán la concentración del poder económico, ya sea en manos del Estado o de los monopolios, y sobre todo, crearán los mecanismos institucionales, que variarán de país en país, que habrán de permitir a los diferentes sectores de la población participar en las decisiones económicas que afectan a la sociedad en su conjunto. (LACLAU, 1993, p. 248).

 

Así como en la teoría de Laclau lo fenomenológico-político se encadena (de un modo contingente y no lineal) con sus premisas ontológicas y ambas con el análisis histórico-contextual (discursivo) de la realidad social, el nivel ético-político presupone la construcción discursiva de la realidad existente. Ello implica destacar la centralidad de la “acción política” (en tanto lucha hegemónica por la democratización radical), ya que “tenemos que construir las mismas entidades sociales que deben ser emancipadas” (LACLAU, 2003a, p. 305). Si bien Laclau no elaboró una teoría sistemática de la hegemonía para analizar las diversas formas de explotación del capitalismo contemporáneo y luchar por el socialismo y la radicalización democrática desde una perspectiva antiesencialista, estos elementos ético-políticos (discursivos) permiten apreciar los vínculos consecuentes entre la conceptualización y la dimensión axiológica (la teoría y la praxis) de la perspectiva laclauniana.

 

7  Las reformulaciones de la teoría discursiva del populismo  

En el libro La razón populista (LRP) Laclau (2005a) elaboró una nueva y controvertida teoría discursiva del populismo. Polemizando con las perspectivas dominantes de las Ciencias Sociales, sostuvo que el populismo no puede adquirir un contenido concreto y que debe ser entendido como una “lógica” de la política o como una forma discursiva de construir las identidades políticas (LACLAU, 2005a, p. 97 y ss.). Algunos análisis señalaron que, de este modo, el populismo se superpondría al concepto de hegemonía y ambos al de política. El propio Laclau mantuvo esta ambigüedad en algunos pasajes de LRP (LACLAU, 2005a, p. 195, 278). Aunque agregó tres elementos a la teoría de la hegemonía: la presencia del líder populista como individualidad, la construcción de un “plebs” que busca constituirse en el único “populus” legítimo y la apelación a las demandas de “los de abajo” y su contraposición al “poder”[13]. En este texto, además, Laclau contrapuso la lógica “populista” a la lógica “institucionalista” de construir las identidades. La lógica populista se basa en el predominio de la lógica equivalencial y la partición tendencial del espacio social en dos partes antagónicas que separan al pueblo del poder. La lógica institucionalista prioriza la articulación de las demandas sociales de un modo diferencial, sin apelar al pueblo, ni construirlo mediante su contraposición al poder (LACLAU, 2005a).

 

7.1  Las inconsistencias óntico-ontológicas de la razón populista y el desvanecimiento de la herencia posgramsciana en la teoría de la hegemonía

Pese a sus valiosos aportes al análisis político, al abordar la articulación ontológico-óntica encontramos en LRP algunas inconsistencias. Desde el nivel ontoepistemológico-político, en este trabajo Laclau dejó de lado su anterior razonamiento abductivo o retroductivo (GLYNOS; HOWARTH, 2007). Este modo de razonamiento lo condujo en sus principales trabajos anteriores a realizar un riguroso análisis teórico e histórico-social de las transformaciones del capitalismo de su tiempo y a destacar la creciente fragmentación y heterogeneización de posiciones que caracteriza a la estructura social del capitalismo contemporáneo. A partir de allí, como vimos, Laclau postuló la complejización de las identidades y luchas sociales y sostuvo, consecuentemente, la necesidad de articular políticamente dicha heterogeneización de posiciones en una universalidad hegemónica.

En contraste, en LRP Laclau prácticamente abandonó el análisis histórico-discursivo de los cambios más recientes en la estructura social, en las identidades políticas y en las modalidades de lucha social del capitalismo del siglo XXI y asumió una concepción anti-sociológica. Al mismo tiempo, adoptó una lógica populista que tiende de la simplificación del espacio social, en desmedro de la tesis central de la fragmentación y complejización de lo social de sus trabajos previos. Esta nueva lógica política pretende unificar la realidad crecientemente fragmentada, plural y heterogénea de la estructura social y la balcanización de las identidades del mundo actual en un esquema tendencialmente binario. El propio Laclau reconoció que el populismo implica una “lógica de simplificación y de la imprecisión” (LACLAU, 2005a, p. 33). En ese marco, la teoría del populismo presenta inconsistencias, ya que aparece desligada de un riguroso análisis sociohistórico de los efectos más recientes del neoliberalismo y la mundialización económica a nivel social y de la creciente fragmentación y complejización de posiciones del capitalismo actual[14].

Una segunda inconsistencia teórico-política radica en que en LRP Laclau privilegió (de un modo tendencial) la dimensión del antagonismo, en desmedro de la articulación de lo heterogéneo como principio básico de la operación hegemónica. Esto contrasta con trabajos previos de Laclau en los que postulaba la primacía de la articulación social como su principio hegemónico:

La política como hegemonía y como articulación, por ejemplo, es algo que ha acompañado siempre mi trayectoria  política. (LACLAU, 1993, p. 188).

 

La forma histórica de articulación del conjunto de posicionalidades de una sociedad es, precisamente, lo que constituye su principio hegemónico. (LACLAU, 1985, p. 21).

 

¿Qué es entonces nuestro enfoque sino una concepción antiesencialista del todo social basada en la categoría de articulación? (LACLAU, 1993, p. 204).

 

Al desplazarse de la conceptualización ontológica al plano óntico, estas reformulaciones y ambigüedades se traducen en potenciales problemas teórico-políticos para aceptar las diferencias y particularismos sociales como constitutivos y deseables[15]. Recordemos que en la teoría de la hegemonía de Laclau la universalidad de la lógica de la equivalencia siempre mantiene el particularismo inherente. En este sentido, Laclau nos indica que “siempre habrá un resto de particularidad que no será erradicable” (LACLAU, 2003a, p. 305). Si bien Laclau señala en LRP que “la equivalencia no intenta eliminar las diferencias” y que, por lo tanto, “la diferencia continúa operando dentro de la equivalencia” (LACLAU, 2005a, p. 105), el énfasis de la razón populista se ubicó en una lógica del antagonismo (tendencialmente) binario, en desmedro de la articulación social de lo heterogéneo y plural. Y, al mismo tiempo, en una primacía de la lógica de la homogeneidad social, en menoscabo de la aceptación de las diferencias y particularidades[16]. Por momentos, además, LRP parece obligar a escoger un falso binarismo entre la lógica populista centrada en el rol unificador del líder y la lógica institucionalista y gestionaria de lo social[17].

Una tercera inconsistencia teórica, pero con impacto a nivel fenoménico y ético-político, radica en algunos ejemplos que ofrece el historiador argentino de identidades populistas, a la luz de las premisas de la teoría anti-esencialista de la hegemonía. Estos ejemplos históricos ubican en un mismo esquema a la lógica de homogeneidad y universalidad totalitaria de Hitler, con el régimen democrático (aunque iliberal) de Perón[18]. De este modo, Laclau realiza un estiramiento conceptual que desconoce el hecho que los totalitarismos (como es el caso del nazismo), y también los “etnopopulismos” que menciona (Milosevic, Ceausescu) (LACLAU, 2005a, p. 243 y ss.), se caracterizaron históricamente por triturar las diferencias y por eliminar la pluralidad social y la contingencia radical para asumir una lógica esencialista y fundamentalista del Pueblo-Uno (FAIR, 2016). Si bien Laclau intentó salvar esta contradicción distinguiendo entre populismos “de izquierda” y ”de derecha” (LACLAU, 2005a, p. 115, 151) (pese a que al mismo tiempo sostenía que el populismo representa una lógica formal y no un contenido), la conceptualización del fundamentalismo de Hitler como populista es contradictoria fenoménicamente con el carácter contingente, precario y parcial que constituye el núcleo ontológico de la hegemonía y, por lo tanto, con el reconocimiento y aceptación de las diferencias particulares (propias de la “lógica de la diferencia”) como constitutivas y deseables. Tanto el ejemplo de Hitler como los etnopopulismos desdibujan, además, el contraste entre la operación hegemónica (antiesencialista y posfundacional) y la operación ideológica (esencialista y fundacional), así como la contraposición que establece Laclau entre la forma hegemónica y los totalitarismos[19]. Y ello, a su vez, tiene implicancias normativas, ya que en cierto modo supone validar dichos fenómenos históricos como si fueran equivalentes.

Estas inconsistencias teórico-ontológicas y fenoménico-políticas se traducen en problemas ético-políticos. En primer lugar, de la conceptualización sobre la “fragmentación” y “complejización” de las identidades políticas y la estructura social del “capitalismo avanzado” (LACLAU, 1993, p. 97, 1996, p. 147, 2003a, p. 299-300, 2008, p. 36; LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 181), tesis contraria a la supuesta simplificación progresiva de la estructura social del capitalismo de las teorías marxistas (LACLAU, 2008, p. 35, 2014, p. 13), se derivaba una estrategia política consecuente que procuraba articular situacionalmente las diferentes luchas de los grupos subordinados y las minorías sociales para alcanzar una democracia radicalizada, tanto participativa como plural. Ello suponía ubicar en un lugar “central” el “particularismo de las luchas” (LACLAU, 2014, p. 116) y “desplazar la igualdad y la libertad hacia dominios cada vez más amplios” (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 198 y ss.). Además, la teoría de Laclau enfatiza en la “estrategia socialista” y la “lucha anticapitalista” (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 231), lo que implica una “crítica radical de toda forma de dominación” y “la formulación de proyectos de liberación” (LACLAU, 1993, p. 20). Como afirma Laclau en su libro póstumo, frente a las críticas por el supuesto déficit normativo de “hegemonía y estrategia socialista”:

Mi respuesta es doble. En primer lugar, que no existe tal cosa como una descripción factual neutral; el sistema de categorías supuestamente descriptivas que hemos utilizado en ese libro corresponde a ´hechos´ que sólo son tales para alguien que ha vivido dentro de la tradición socialista y ha experimentado la serie de derrotas, transformaciones sociales y renacimientos de esperanzas al que nosotros hacemos alusión. En segundo lugar, que dentro del complejo normativo/descriptivo tiene perfecto sentido advocar los desplazamientos normativos implicados en la noción de democracia radical. Esta última es el resultado de la pluralización de luchas sociales ancladas en las nuevas estructuras del capitalismo contemporáneo. (LACLAU, 2014, p. 163).

 

En contraste con el análisis conceptual-experiencial de la pluralidad de luchas sociales del capitalismo contemporáneo y con su posicionamiento en la tradición socialista, en LRP el historiador argentino prácticamente abandonó la conceptualización de las transformaciones histórico-sociales del capitalismo (neoliberal) de su tiempo y el desarrollo de la propuesta ético-política crítica para construir un socialismo democrático para el siglo XXI[20]. De hecho, en este libro Laclau renunció al propio concepto de socialismo. En el mismo sentido, dejó a un lado la conceptualización de las luchas democráticas de los nuevos movimientos sociales y el énfasis en los mecanismos de participación popular y gestión obrera de la producción. En lugar de ello, Laclau construyó una ontología política en la que el populismo se limita a ser una mera forma con una lógica verticalista y tendencialmente binaria. De este modo, más allá de sus valiosos aportes al análisis político, en este texto Laclau se desligó de una estrategia política consecuente para criticar y superar las formas de explotación del sistema capitalista, promover una revolución democrática y luchar por la liberación de los grupos subordinados, reconociendo las diferencias y particularidades como constitutivas y deseables. Su perspectiva mutó, así, desde las contribuciones para construir una teoría política  posgramsciana de la praxis y su horizonte socialista, participativo y plural, hacia una filosofía pos-heideggeriana que sólo mantiene de la teoría gramsciana un uso formal de la hegemonía como comodín y un ideal emancipatorio, pero vaciado de contenido ético-político crítico (FAIR, 2014, 2015a, 2015b, 2016).

 

 

8  Excursus: el análisis óntico-fenoménico de los populismos y las especificaciones críticas

En LRP Laclau construyó una ontología política formalista que relegó su encadenamiento con los aspectos ónticos constitutivos. Sin embargo, como mostramos en detalle en otro lugar (FAIR, 2016), ello no supuso abandonar completamente este plano, ni plantear una supuesta disyunción estricta entre lo ontológico y lo óntico. En primer lugar, a nivel teórico-conceptual, Laclau mantiene en LRP la “tensión” constitutiva que existe entre la “lógica de la equivalencia” y la “lógica de la diferencia” (LACLAU, 2005a, p. 105-107, 116, 249). Al desplazarse al nivel fenoménico-político, Laclau sostiene en este texto que existen “articulaciones variables de la equivalencia y la diferencia” (LACLAU, 2005a, p. 150). En el capítulo 4 el historiador argentino se propone analizar estas “diversas formas de articulación entre lógica de la diferencia y lógica de la equivalencia” (LACLAU, 2005a, p. 9) en la dinámica de la operación hegemónica. Al analizar la coyuntura histórica previa al regreso de Perón al poder desde su exilio, en 1973, lo conceptualiza como “una situación extrema en la cual el amor por el padre es el único lazo entre los hermanos” y concluye que:

La consecuencia política es que la unidad de un pueblo constituido de esta manera es extremadamente frágil. Por un lado, el potencial antagonismo entre demandas contradictorias puede estallar en cualquier momento; por otro lado, un amor por el líder que no cristaliza en ninguna forma de regularidad institucional -en términos psicoanalíticos, un yo ideal que no es internalizado parcialmente por lo yoes corrientes- sólo puede resultar en identidades populares efímeras. (LACLAU, 2005a, p. 270).

 

La tensión constitutiva y el entrecruzamiento óntico entre estas dos lógicas desde la dinámica histórico-política concreta rompe con las supuestas disyunciones entre las lógicas de la diferencia y la equivalencia y del populismo y el institucionalismo. Además, debemos tener en cuenta que en la teoría de Laclau, a diferencia del logicismo aristotélico y hegeliano, las lógicas políticas constituyen construcciones discursivas contingentes que están sobredeterminadas por el orden simbólico y se expresan en la dinámica de la lucha hegemónica. Al ser las lógicas políticas construcciones discursivas, su puesta en juego a nivel fenoménico-político disuelve definitivamente toda disyunción estricta y tajante entre la forma y sus modos (contingentes) de investimiento en ciertos contenidos ónticos (FAIR, 2016).

En trabajos posteriores a LRP Laclau profundizó en los vínculos entre las lógicas y aspectos conceptuales de la praxis histórico-política. En un texto publicado en 2006 el historiador argentino analizó los modos de articulación entre las lógicas discursivas y el análisis político a partir de un abordaje comparado de los gobiernos de centroizquierda latinoamericana. A través de un análisis fenoménico-político distinguió entre las experiencias populistas más radicalizadas, en las que predomina la lógica de la equivalencia y la tendencia a la ruptura binaria del espacio social (situando al gobierno de Chávez como un caso extremo de ruptura populista), y aquellas en las que predomina la lógica de la diferencia y se combinan elementos populistas e institucionalistas (situando como ejemplos más institucionalistas a los gobiernos de Uruguay y el Chile de la Concertación). Por último, Laclau subicó a los ejemplos de Argentina y Brasil en una “posición intermedia” entre ambos extremos[21] (LACLAU, 2006a, p. 60).

En cuanto a los modos de articulación entre lo ontológico, lo fenoménico y lo ético-político, a pesar del formalismo y el predominio de los aspectos ontológicos de LRP, en trabajos posteriores Laclau realizó algunas especificaciones teórico-políticas con efectos axiológicos. Por ejemplo, cuando en un texto de 2006 se planteó como “una legítima cuestión” determinar “si no hay una tensión entre el momento de la participación popular y el momento del líder” (LACLAU, 2006, p. 60). Y a continuación propuso distinguir entre los populismos “burocráticos”, en los que predomina el papel decisorio del líder populista, y los populismos “democráticos”, en los que prevalecen las formas de “participación popular”[22] (LACLAU, 2006, p. 61-62).

Además, en el Prefacio a la edición en español de su último libro (escrito con fecha del 27 de diciembre de 2013), Laclau (2014) hizo un recuento de su trayectoria como militante político y explicó de qué modo observó ya en los años sesenta y setenta un contraste entre el “terreno empírico” de la experiencia política de su tiempo y las “categorías marxistas” clásicas. Como señala Laclau, las tesis del marxismo ortodoxo (entre ellas, la “progresiva simplificación de la estructura social bajo el capitalismo” y el “clasismo estrecho”) “entraban en colisión con mi experiencia” (en la que observaba fenómenos como la Revolución Cubana, la Revolución China y la “explosión de nuevas identidades” en Estados Unidos y Europa). Es esta ”colisión” que describe Laclau entre la experiencia fenoménica, por un lado, y el “dogma hipostasiado” de las categorías marxistas, por el otro, lo que lo condujo a realizar un “cambio de terreno ontológico” y a postular la tesis de la “pluralidad de antagonismos” y la “indeterminación” de sus relaciones (LACLAU, 2014, p. 13-15).

En consonancia con este modo de razonamiento retroductivo que caracterizó a la teoría posmarxista de la hegemonía desde sus inicios (GLYNOS; HOWARTH, 2007), Laclau concluyó el prefacio de su libro póstumo mencionando las nuevas formas de protesta social emergentes luego de la crisis económica del 2008. A partir de allí destacó que, para dar contenido al “socialismo del siglo XXI”, la construcción hegemónica debía incorporar una “dimensión horizontal” que preserve la “autonomía” democrática de los movimientos sociales y la “acción de masas” frente al poder “vertical” del Estado, de manera tal de evitar el peligro de “burocratización” y “colonización” por parte de las “fuerzas del statu quo”. En sus palabras:

La hegemonía, si no es acompañada de una acción de masas al nivel de la sociedad civil, conduce a una burocratización y a una fácil colonización por parte del poder corporativo de las fuerzas del statu quo. Avanzar paralelamente en las direcciones de la autonomía y la hegemonía es el verdadero desafío para aquellos que luchan por un futuro democrático que dé un real significado al -con frecuencia advocado- socialismo del siglo XXI. (LACLAU, 2014, p. 20).

 

Estas especificaciones axiológicas de Laclau para la lucha hegemónica en el capitalismo actual, junto con la sobredeterminación simbólica de la realidad social, disuelven las falsas disyunciones entre la forma y el contenido y entre las lógicas políticas y el análisis histórico-político crítico. Al mismo tiempo, ponen en evidencia el mutuo anudamiento recíproco (sin subsunción ni yuxtaposición) que ata a las lógicas político-discursivas con el análisis contingente y situacional de fenómenos y procesos históricos concretos[23]. Ello muestra el encadenamiento constitutivo entre la construcción ontológica y los contenidos ónticos (fenoménicos y ético-políticos críticos) que define a la teoría de la hegemonía de matriz gramsciana de Laclau.

 

9  A modo de conclusión

La teoría de la hegemonía de Laclau se caracteriza por realizar un encadenamiento discursivo (sin subsunción ni determinación) entre la teoría y la praxis política. Ello implica que la construcción discursiva de las lógicas, conceptos y categorías a nivel ontológico se encuentran anudados contingentemente a los contenidos ónticos en los que se inviste (como análisis fenomenológico-político, pero también como proyecto ético-político crítico). Al mismo tiempo, los conceptos que se materializan fenoménicamente se relacionan (de una forma no mecánica, no determinada y no lineal) con las premisas onto-epistémicas de la teoría, sin que ello implique yuxtaponer ambos planos. A diferencia de la filosofía heideggeriana, en la teoría de la hegemonía de Laclau lo óntico se articula a un proyecto ético-político de radicalización democrática y a la construcción de una estrategia socialista que lucha contra las diferentes formas de explotación y opresión social del capitalismo contemporáneo y por un horizonte de liberación de los grupos subordinados. A partir de estas características, distinguimos analíticamente dos niveles internos a lo óntico en la teoría política del discurso de Laclau. Por un lado, el nivel fenoménico-político, que corresponde al análisis discursivo de la puesta en juego de la conceptualización ontológica desde sus modos contingentes y situacionales de manifestación en la dinámica histórico-política. Por el otro, el nivel ético-político, que expresa discursivamente, desde la praxis política y social contingente y situada, el contenido axiológico de su propuesta teórica y ontológica.

Desde el nivel fenoménico-político Laclau relaciona a la operación hegemónica con una práctica articulatoria que genera una transformación de las identidades, construye un nuevo orden comunitario y un nuevo sentido común. La noción de significantes tendencialmente vacíos resulta central, ya que le permite mostrar de qué modo, en cierta coyuntura histórica, la lucha de sentidos y el juego de desplazamiento retórico particular-universal (particular) que caracteriza a la hegemonía logra fijarse relativamente para encarnar, de un modo tendencial, la universalidad (ausente) de lo social. Laclau, además, emplea conceptos de la retórica, el psicoanálisis lacaniano y la teoría gramsciana para poner en juego la construcción conceptual desde la dinámica histórico-política. Ello le permite mostrar el desplazamiento y contaminación discursiva entre la metonimia y la metáfora, el objeto a y la dignidad de la Cosa y la clase corporativa y la clase universal en la operación hegemónica. Estos movimientos retórico-políticos son homologados por Laclau a la tensión constitutiva que existe entre la particularidad y la universalidad y entre la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia, en el momento en que la universalización hegemónica no puede eliminar el resto inherente de particularidad y diferencialidad que lo define a nivel ontológico.

Por último, desde el nivel ético-político la hegemonía representa una praxis articulatoria vinculada a la construcción discursiva de una estrategia socialista y una democracia radical. Este proyecto político lucha contra los esencialismos (étnicos, religiosos) y las diversas formas de explotación y opresión social de los grupos subordinados (capitalistas, imperialistas, racistas, patriarcalistas, sexistas) y por un horizonte socialista y radicalmente democrático que promueva la liberación y articule las diferentes luchas sociales de los grupos subalternos, reconociendo las diferencias y particularidades como constitutivas y deseables.

La teoría formal del populismo presenta algunas inconsistencias óntico-ontológicas en este esquema. En primer lugar, en este texto Laclau abandona el modo de razonamiento abductivo, que partió de un detenido análisis sociohistórico-conceptual de las transformaciones del capitalismo de su tiempo, para luego cuestionar las simplificaciones de la teoría marxista ortodoxa y postular la complejización de la estructura social y la creciente fragmentación de las identidades y de las luchas sociales del capitalismo contemporáneo. En segundo término, en LRP Laclau relega la dimensión articulatoria de lo socialmente heterogéneo y plural, en desmedro de un énfasis tendencial en el antagonismo binario y la lógica de la homogeneidad social. Por último, sus ejemplos históricos de populismo igualan en una misma lógica a Perón con Hitler y Milosevic. Ello no sólo es problemático históricamente (en el momento en que equipara a un régimen totalitario y esencialista con un régimen democrático), sino que es inconsistente con la lógica de desplazamiento particular-universal-particular que define para Laclau a la hegemonía. También es inconsistente con la distinción laclauniana entre la operación hegemónica (antiesencialista) y la operación ideológica (esencialista). Desde el nivel ético-político, en la teoría del populismo los contenidos de la estrategia socialista y la construcción de una democracia radicalizada y plural se debilitan. En ese marco, el desarrollo ético-político crítico en clave posgramsciana muta hacia una concepción formal de matriz posheideggeriana. Sin embargo, cuando Laclau examina aspectos de la dinámica histórico-política en la que se inviste la operación hegemónica, la lógica política muestra su sobredeterminación simbólica, su indecidibilidad y su contingencia radical. De este modo, se disuelven las disyunciones estrictas y tajantes entre la lógica y el análisis político, la forma y el contenido y los planos de lo óntico y lo ontológico. Ello pone de manifiesto el mutuo anudamiento recíproco que existe entre ambos planos en la teoría laclauniana y la centralidad de la noción gramsciana de hegemonía para el análisis político y crítico de situaciones, fenómenos y procesos históricos contemporáneos.

Pese a sus contribuciones fundamentales para la teoría política y el análisis sociopolítico y crítico, Laclau no construyó una teoría sistemática de la hegemonía para estudiar las diversas formas de opresión y explotación social del capitalismo contemporáneo y luchar por el socialismo y las emancipaciones de los grupos subalternos. Para pensar la viabilidad política de un proyecto de socialismo democrático para el siglo XXI, consideramos que resulta indispensable llevar a cabo una doble tarea integrada. En primer lugar, está pendiente la construcción de una teoría posgramsciana que analice de forma rigurosa y conceptualice críticamente la praxis política y social realmente existente en el capitalismo actual de nuestra América (aunque sin descuidar las especificaciones nacionales), así como las alternativas políticas concretas para combatir las diferentes formas de explotación y opresión social vigentes (capitalistas, pero también imperialistas, colonialistas, racistas, patriarcalistas y sexistas) y promover la permanente liberación de los grupos subalternos. En esta construcción teórico-política no pueden estar ausentes las contribuciones clave de Marx, Gramsci y las diferentes corrientes heterodoxas del marxismo y las izquierdas no fundamentalistas (teorías neo y posgramscianas latinoamericanas, teorías críticas y de la Escuela de Frankfurt, teorías de la Dependencia, del neoestructuralismo y de la sociología del desarrollo, teorías decoloniales, poscoloniales y feministas, entre otras). En segundo término, no se puede perder de vista el aspecto estratégico-político. Ello implica reconocer los profundos cambios que se produjeron en las últimas décadas de avance del capitalismo neoliberal, la mediatización de lo político y el fenómeno de la globalización y su impacto sobre la estructura económica y social, las identidades políticas y la correlación de fuerzas. En las actuales condiciones históricas resultan imprescindibles los aportes de Gramsci sobre la necesidad de llevar a cabo una batalla intelectual y moral en el seno de la sociedad civil para concientizar y organizar políticamente a las clases subalternas, amalgamar una voluntad colectiva nacional-popular y superar las trincheras ideológicas que impone el sistema de dominación capitalista. En nuestra América, frente al acecho de las fuerzas neoliberales, neo-imperialistas, colonialistas, conservadoras, patriarcalistas, segregacionistas y neofascistas, considero que la lucha hegemónica actual debe priorizar una estrategia política de guerra de posiciones para desarmar los mitos y creencias ideológicas sedimentadas por el bloque de poder y articular solidariamente las diferentes luchas de los grupos subalternos en torno a un proyecto soberano de izquierda democrática y socialista para el siglo XXI.

 

 

Hegemony in its mutual ontic-ontological knotting in the political theory of

Ernesto Laclau

 

ABSTRACT: This article analyzes how the ontological and ontic planes are knotted in Laclau´s Political Theory of Discourse. It is concluded that, from the ontological level, hegemony constitutes a political-discursive form of relative, precarious, contingent and partial universalization and articulation of inherent particularities in empty signifiers that act as nodal points. From phenomenological-political level Laclau shows the displacement and discursive contamination between particular and universal in the hegemonic operation which transforms the political identities and builds a communitarian order and a new common sense. From ethical-political level the conceptualization of hegemony is articulated to the discursive construction of a socialist strategy and a radical democracy. This political project fights against essentialisms and forms of social exploitation of subordinate groups and for a horizon of liberation that recognize conflicts and differences as constitutive and desirable. The formal theory of populism presents some ontological-ontical inconsistencies in this scheme. However, its symbolic overdetermination dissolves the strict disjunctions between logic and historical-political analysis, and between form and content. This reveals the mutual knotting between the ontological and ontic and the central relevance of Gramscian notion of hegemony for the political and critical analysis of contemporary phenomena and historical processes.

KEYWORDS: Hegemony. Political theory of discourse. Ontological and ontic level. Contemporary Political Theory.

 

 

Referencias

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[1] Profesor instructor en la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires – Argentina.    E-mail: hernanfair@conicet.gov.ar

Doctor en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET-Centro IESAC).

[2] De hecho, una parte del marxismo, encabezado por la teoría crítica de Theodor Adorno (2002), criticó al existencialismo de Heidegger por adoptar una concepción que “elimina como preontológicos el problema crítico, junto con la cuestión de la legitimación del conocimiento” (ADORNO, 2002, p. 67). Otra parte del pensamiento de izquierdas le criticó su adhesión activa al nazismo, si bien el filósofo permaneció “en el margen” y en 1946 se arrepintió de su apoyo a Hitler (LOWITH, 2006, p. 80-85 y 209-216).

[3] En este sentido, Lowith (2006, p. 207) destaca que en la filosofía de Heidegger la “meta por excelencia” para el Dasein se reduce a “la resuelta aceptación anticipante de la muerte y su inclusión en la existencia”, es decir, a aceptar el “ser libre para la muerte”. En contraste, Marx se proponía una “acción ética y política” que debía llevar a cabo “una crítica radical del mundo capitalista” (p. 150). 

[4] Sobre la articulación constitutiva en Laclau entre la teoría y la praxis política, sus vínculos con la estrategia socialista y con la filosofía de la praxis gramsciana, véase Castagnola (2014).

[5] Como señala Laclau, “no hay dos órdenes: el normativo y el descriptivo, sino complejos normativo/descriptivos en los cuales hechos y valores se interpenetran mutuamente” (LACLAU, 2014, p. 156). Sin embargo, frente a las críticas por el “déficit normativo” (CRITCHLEY, 2004, p. 162) de su teoría, Laclau reconoce que, desde el punto de vista “existencial”, se puede construir un “cierto orden normativo” que no necesariamente representa un “imperativo categórico”, sino un investimiento ético “contextual” y relativo. 

[6] En la misma línea, véase Laclau (1996, 2003a, p. 61, 302, 2005a, p. 95, 2005b, p. 122, 2006a, p. 85).

[7] Según Laclau, “lo ideológico consistiría en aquellas formas discursivas a través de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del cierre, de la fijación de sentido, del no reconocimiento del juego infinito de las diferencias. Lo ideológico sería la voluntad de totalidad de todo discurso totalizante.” (LACLAU, 1993, p. 106; ver también p. 180-181). En ese marco, “la operación ideológica por excelencia consiste en atribuir esa imposible función de cierre a un contenido particular que es radicalmente inconmensurable con ella misma” (LACLAU, 2014, p. 27).

[8] Aquí Laclau (2005a, p. 209-215) retoma y redefine las críticas de Lefort (1990) a los totalitarismos, al enfatizar que el “lugar vacío” del poder puede ser ocupado de un modo parcial y contingente por una particularidad que, en cierta coyuntura, hegemoniza el orden comunitario ausente.

[9] Laclau retoma la noción de sedimentación de la fenomenología de Husserl, aunque la reformula desde la concepción existencialista de su discípulo Heidegger (LACLAU, 1993, p. 50 y ss., 2014, p. 14).

[10] Gramsci (2008a, p. 10-12) destacaba la importancia del sentido común, al que oponía la necesidad de construir “núcleos” de “buen sentido”. Sobre este tema véase el clásico trabajo de Nun (1989).

[11] Sobre las bases materiales de la hegemonía como “cemento” de la dominación capitalista en Gramsci y los vínculos con el concepto de legitimación social, véase Thwaites Rey (1994, 2008).

[12] Laclau reconoce, a partir de una contribución de Emilio De Ípola, que no toda contradicción supone una relación antagónica (LACLAU; MOUFFE, 2004, p. 167). La relación de antagonismo social tampoco es dialéctica (en un sentido hegeliano), sino que debe ser construida políticamente desde el discurso. Ello se debe a que “del hecho de que se le quite plusvalor a los trabajadores no se desprende lógicamente que el trabajador resistirá necesariamente a esa extracción” (LACLAU, 2003a, p. 204); ver también Laclau, (1993, p. 42, 141, 2014, p. 127-153, especialmente p. 140).  

[13] No obstante, la figura del líder por momentos es excluida de las características constitutivas de la lógica populista. En este sentido, en Laclau (2005a, p. 102) sostiene que existen tres “dimensiones estructurales” del populismo: “La unificación de una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial; la constitución de una frontera interna que divide a la sociedad en dos campos; la consolidación de la cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales.” Por su parte, en la p. 197 Laclau afirma que “la emergencia del pueblo depende de las tres variables que hemos aislado: relaciones equivalenciales representadas hegemónicamente a través de significantes vacíos; desplazamientos de las fronteras internas a través de la producción de significantes flotantes y una heterogeneidad constitutiva que hace imposibles las recuperaciones dialécticas y otorga verdadera centralidad a la articulación política” (LACLAU, 2005a, p. 197). Laclau, además, incorporó en este texto una homología entre la lógica de la hegemonía y la noción de objeto a de Lacan, que permite ir más allá de la identificación con la figura del líder (p. 148 y ss.).

[14] Si bien en algunos pasajes de LRP Laclau reconoce la existencia actual de un “capitalismo globalizado” que genera una “heterogeneización” de posiciones (LACLAU, 2005a, p. 285-287), su modo de razonamiento científico rompe con la lógica retroductiva que propuso en HyESS y en NR (GLYNOS; HOWARTH, 2007).

[15] Sobre estos problemas y ambigüedades, véase De Ipola (2009).

[16] Como dijimos, esta primacía de la lógica binaria no supone conceptualmente la eliminación de las diferencias. Incluso, Laclau incluye en LRP una interesante disquisición sobre los “marginales” del sistema (a partir del concepto de “masa marginal” de José Nun) (LACLAU, 2005a, p. 184-191).

[17] Aunque en otros fragmentos Laclau expone argumentos diferentes, al sostener que “qualquier pueblo emergente, cualquiera sea su carácter, va a presentar dos caras: una de ruptura con un orden existente; la otra introduciendo ordenamiento, allí donde existía una dislocación básica” (LACLAU, 2005a, p. 155). Y en otro pasaje menciona, “la doble faz del populismo a la cual nos referimos en nuestra discusión teórica, a saber, que el populismo se presenta a sí mismo como subversivo del estado de cosas existente y también como el punto de partida de una reconstrucción más o menos radical de un nuevo orden, una vez que el anterior se ha debilitado” (LACLAU, 2005a, p. 221).

[18] Entre los ejemplos de populismo que brinda Laclau en LRP se encuentran Hitler, De Gaulle, Perón, Boulanger, Tito, Mao, Togliatti, Umberto Bossi, Berlusconi, Vargas, Ceausescu y Milosevic (LACLAU, 2005a, p. 222-247 y ss.). También menciona a Ataturk (LACLAU, 2005, p. 260), aunque luego considera que representa una ruptura que fue “incapaz de seguir el camino populista” (LACLAU, 2005, p. 264).

[19] Laclau reconoce este problema (aunque sin resolverlo) cuando afirma que “el hecho de que algunos movimientos populistas puedan ser totalitarios y que presenten muchos o todos los rasgos que describe Lefort tan apropiadamente es sin duda cierto, pero el espectro de articulaciones posibles es mucho más diverso de lo que la simple oposición totalitarismo/democracia parece sugerir” (LACLAU, 2005a, p. 209). 

[20] Sobre el contraste que existe entre populismo y socialismo, véase el clásico trabajo de De Ípola y Portantiero (1989).

[21] Recordemos que en LRP Laclau señala que “no existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista. Sin embargo, esto no significa que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas, eso depende de la extensión de la cadena equivalencial que unifica las demandas sociales. En tipos de discursos más institucionalistas (dominados por la lógica de la diferencia), esa cadena se reduce al mínimo, mientras que su extensión será máxima en los discursos de ruptura que tienden a dividir lo social en dos campos.” (LACLAU, 2005a, p. 195). Trabajamos más en detalle este tema en Fair (2016).

[22] Esta distinción encuentra algunas semejanzas con aquella de Gramsci (2008b, p. 71) entre un “cesarismo progresivo” y otro “regresivo”.

[23] La noción de “mutuo anudamiento recíproco” para explicar el modo de imbricación entre lo ontológico y lo óntico (fenoménico y ético político) en la teoría de Laclau la retomamos de las características que adquiere en Lacan el concepto de “nudo borromeo”, que ata mutuamente a los tres registros de su enseñanza: lo real, lo simbólico y lo imaginario (RSI). Sobre el particular, véase Farrán (2009).