MACOR, Laura Anna. La fragilità della virtù. Dall’antropologia alla morale e ritorno nell’epoca di Kant. Milano – Udine: Mimesis (collana: Morphé), 2011. ISBN 978-88-5750-441-4

Nuria Sánchez Madrid[1]

El ámbito de los estudios kantianos y, más concretamente, la evaluación del lugar que la antropología ocupa en la arquitectónica del criticismo se verá decididamente beneficiado por esta nueva aportación que la investigadora italiana Laura Anna Macor, investigadora de la Universidad de Padua, dedica al estudio de la influencia ejercida por la filosofía crítica de Kant en el primer Idealismo alemán. El lector interesado en el volumen que reseñamos encontrará ulteriores fuentes de esclarecimiento sobre el objeto de investigación, a saber, la compleja y ambigua relación entre antropología y moral en la primera recepción del criticismo, en otros trabajos de la misma Autora[2], que contribuyen a definir una figura, que aquí se propone identificar con una elipse (2010, p. 17 y 163), cuyos focos estarían ocupados respectivamente por la fundamentación kantiana de la moral y por el discurso antropológico revitalizado por J. G. Sulzer y sus discípulos en Württemberg y, posteriormente, por F. Schiller en Turingia, elipse cuyo contorno termina de dibujar este volumen publicado en 2011. Con el fin de justificar este referente topológico que el lector recibe como instrucción preliminar para acceder al texto, la Autora selecciona cuatro pasos que suministran otros tantos análisis de la función y alcance que los conocimientos procedentes de la experimentación antropológica manifiestan tener en el interior del discurso moral de Kant. El recorrido elegido debe elogiarse sin lugar a equívocos, pues la evolución que va trazando enfoca sin tapujos el riesgo de que la insistencia kantiana en una «anantropología» (cf. p. 137-138) muestre su vertiente más débil al enfrentarse a la aplicación efectiva de la doctrina moral (cf. p. 150-151), especialmente en virtud de la tensión entre el principium dijudicationis y el principium executionis que establece la razón en su uso práctico. La tesis central de la obra es doble. Por un lado, se sostiene que la antropología descubre «[…] un vulnus interno a la moral» (p. 30), que resulta inviable suprimir, a pesar de los repetidos esfuerzos para excluir la dimensión empírica de esta esfera de sentido, de donde se deriva una secuencia de oscilaciones y tensiones entre ambas disciplinas que desembocan a su vez en nuevos e inesperados equilibrios. Por otro, se declara que la conciencia del peso que la antropología desempeña para el conocimiento de la naturaleza humana, es decir, de los obstáculos y, al mismo tiempo, mediaciones que nuestra hechura sensible aporta al proceso de surgimiento de los motores propiamente morales, obliga a la primera disciplina a recorrer un «perihelio» distinto al inicial, que no la devolverá al espacio de la moral, sino que la someterá a la influencia de la religión, la eticidad y la historia (cf. p. 162-163).

La Autora parte de la nueva época que se abre para la relación entre antropología y moral a partir de 1750, fecha en la que estudios de índole médicofisiológica y psicológica comienzan a profundizar en las hipotéticas causas de la conducta criminal y patológica, desde una perspectiva inequívocamente desligada de la abstracción de la Psychologia empirica (1732) de Chr. Wolff. Así, pues, J. G. Sulzer[3] y K. Ph. Moritz[4], desde el ámbito de la filosofía, y Chr. Von Blanckenburg[5], desde el de la teoría literaria, reconocen el ascendiente con que las ideas y nociones oscuros — latentes en lo más profundo del alma [Tiefe der Seele], el fundus animae que se encuentra a la base del proyecto estético de Baumgarten — cuentan en la vida consciente, confiando en que la obtención de un mayor control de tales resortes reforzará el autoconocimiento que el hombre alcance de sí y de su conducta. Combinando una notable erudición con un marcado interés historiográfico, metodología que orienta la hermenéutica aplicada al periodo histórico analizado, la Autora se ocupa preferentemente de escritos de Sulzer de los años 1759[6], 1763[7] y 1764[8], en los que se procede a aislar químicamente aquellos mecanismos psicológicos que el análisis racional no puede ni suprimir ni sojuzgar. De ellos se extrae la convicción de que la psicología empírica debe consolidarse abandonando la visión unilateral de la Vorstellungskraft, sustituida ahora por la dualidad, rayana en la antinomia, de las operaciones Erkennen y Empfinden, de las que se sigue una cierta conciencia subjetiva de irreductible divergencia entre una intención impotente del sujeto y una oscuridad omnipresente en el ánimo (cf. p. 38). Esta pesquisa arroja el saldo de la transformación de las artes en mediadoras entre la sensación y la reflexión, la afectividad y la teoría, llamadas a coadyuvar a una implantación sólida de motores morales en el ánimo (cf. p. 48). Esta es precisamente la doctrina contenida en la obra magna de Sulzer —la Allgemeine Theorie der schönen Künste—, publicada en cuatro volúmenes de 1771 a 1774, y rápidamente difundida en el espacio cultural alemán por medio de excerpta y compendios.

La difusión de la antropología procedente de la Ilustración en Stuttgart, fundamentalmente favorecida por la actividad de J. F. Abel (1751-1829), trae consigo la implantación en la Karlsschule de un método inductivo de enseñanza, que progresa desde lo sensible hasta los contenidos más abstractos. A pesar de que la tradición wolffiana conserva su cuota de representación — por decisión ducal— en las instituciones educativas de la época en la persona de J.C. Schwab, profesores como A. F. Bök adoptan el Kurzer Begriff de Sulzer como manual docente y, basándose en esta obra, declaran que los pensamientos privados de fuerza deben encontrar la manera de quedar asociados a fuertes sensaciones, si pretenden llamar la atención del ens mixtum[9] que es el hombre (cf. p. 57 y 59). Macor llama la atención del lector en este punto, con el fin de reconocer que el interés de la primera recepción de Sulzer en Württemberg hacia fenómenos fisiológicos como la simpatía, con arreglo a la noción de origen cartesiana de las ideae materiales (p. 61-62), forma parte del proyecto para que el sujeto alcance un control suficiente de sus sensaciones y pasiones. Así, el elogio que Abel dedica a la habilidad de la Aufmerksamkeit (p. 71) arremeterá contra la tolerancia que contemporáneos como Goethe manifiestan hacia las acciones inmorales. De todo ello se colige la siguiente enseñanza: sometidos a una adecuada educación anímica, los hombres incrementarían el poder que actualmente poseen sobre su conducta. Con ello, la Autora nos deja en una posición inmejorable para aproximarnos a la ética no antropológica, basada en la inclinación natural del hombre al bien y en la fuerza de espíritu resultante, es decir, en la combinación de amor y sabiduría como base de la moral (cf. p. 83), del joven Schiller, discípulo de la Karlsschule, donde recibió las clases de Abel y Bök, y prometedor estudiante de medicina. Macor sostiene que la «[…] manera dramática» (cf. p. 101) le proporciona a Schiller un instrumento inmejorable para describir la genealogía de las decisiones y acciones humanas — la «autopsia del pecado», como se lee en Der Verbrecher aus verlorener Ehre —. De hecho, una rápida ojeada por la obra dramática de este autor permitiría reconocer en el Franz Moor de Los bandidos, pero igualmente en obras como el Don Carlos o La conjuración de Fiesco — nuevo Catilina —, evidencias del peso que las representaciones oscuras poseen en la conducta humana, y especialmente del poder que los automatismos inducidos por los pensamientos infantiles[10] generan en el ánimo, engañando a la razón del adulto. Las leyes de la armonía entre el cuerpo y el espíritu, formuladas por Schiller en los años ’80 del siglo XVIII, según las cuales toda tensión de la actividad espiritual se correspondería con una tensión física y, asimismo, la sensación general de armonía animal sería fuente de placer espiritual, se apropian de las líneas maestras del dualismo de los órdenes anímicos preconizado por los seguidores de Sulzer en la Karsschule.

El traslado de J.F. Abel a Tubinga como sucesor del wolffiano G. Ploucquet en 1790 determina la antropología de la que tendrían noticia los jóvenes Hegel, Hölderlin y Schelling, estudiantes en el Stift. Con su habitual erudición, la Autora se refiere a casos como el de D. Mauchart, Repetent del Stift hasta 1793 y fundador de una revista — Allgemeines Repertorium für empirische Psychologie und verwandte Wissenschaften (1792-1801) — de periodicidad un tanto irregular, pero firmemente emparentada con la empresa editorial de K. Ph. Moritz en lo que concierne a enfocar los móviles más impenetrables de la naturaleza humana (cf. p. 118). Igualmente, se nos informa de la propuesta de A.F. Bök — profesor en Tubinga desde 1776 — de reconducir toda la actividad del alma a un principio único, a saber, el nisus o impulso que nos haría preferir las sensaciones placenteras a las displacenteras, así como de la influencia de J.F. Platt — profesor del Stift desde 1785 — sobre un manuscrito de Hegel del periodo de Berna. El desarrollo de la psicología empírica inspirada por Sulzer en Tubinga en el último tercio del siglo XVIII explica, pues, los vestigios que algunas de sus coordenadas han dejado en los pensadores más representativos del Idealismo alemán. De esa manera, la Autora cierra este peculiar círculo señalando con acierto las causas del paralaje que ha impedido reconocer a varias generaciones de estudiosos del kantismo la pregnancia de la carta — nunca encontrada — que Sulzer remitió a Kant a propósito de la escasa eficacia que las doctrinas de la virtud evidencian en la práctica  (cf. p. 140-141) y que Kant menciona en una nota a pie célebre de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (AA IV: 411, nota).  Insatisfecha con conceptos que Kant estimaba suficientemente claros como los de un sentimiento oriundo de la propia razón práctica — el respeto — y de un interés desinteresado, la difusión del kantismo en Jena está capitaneada por el filólogo Chr. G. Schütz y la Allgemeine Literatur-Zeitung. Tambiém en Jena, en el Teutscher Merkur, publica K.L. Reinhold sus Briefe über die Kantische Philosophie (1786-87). Y pronto se incorporarán a la empresa Fichte y Schiller, retornando paradójicamente a «las dos almas» de Sulzer con ayuda de expedientes tales como el que afirma la existencia de dos Haupttriebe[11] — amor de sí y conciencia — radicales en el hombre. El término Trieb, de procedencia biológica y completamente ajeno en su sentido de fuerza espiritual al vocabulario moral kantiano — salvo en el compuesto Triebfeder —, se convierte, así, en la pieza fundamental de una integración de antropología y moral — en busca de la armonía entre el Formtrieb y el sinnlicher Trieb, como en las Cartas sobre la educación estética del hombre — que Schiller y Fichte comparten, proyecto en el que es legítimo situar al joven Hölderlin, para quien igualmente dos impulsos, el que conduce a dar forma a lo informe y el que consiste en mera receptividad, confieren su especificidad a la naturaleza humana. La atención dirigida por estos lectores de Kant, pero también, indirectamente, de Sulzer, a un «[...] resto antropológico no neutralizado por Kant» (p. 163) rehabilita la misión de una «ética de la perfección» [Vollkommenheitsethik], rechazada por la moral kantiana en tanto que principio material de determinación de la voluntad, pero que el temprano idealismo alemán convierte sin reparo en el «[…] gesto teórico dominante» (p. 162). 

He aquí el saldo arrojado por la polémica entre dos concepciones opuestas de la psicología, la antropología y la moral, como las de Sulzer y Kant, que no resultan de provecho exclusivamente para los trabajos de ambos autores, sino que dibujan un arco desconocido en la elipse que la antropología y la moral conforman y que el entero siglo XIX se encargará de explorar en profundidad. Pero quizá ese viaje resulte algo menos sorprendente si se manejan las claves hermenéuticas suministradas por las objeciones de índole antropológica que Garve elevara a la moral kantiana.

Recebido em: 28.12.2011

Aceito em: 02.02.2012



[1] Nuria Sánchez Madrid é professora da Faculdade de Filosofia da Universidade Complutense de Madrid, onde ministra cursos principalmente nas áreas de ontologia, metafísica, pensamento italiano e filosofia da ação. Recentemente traduziu ao espanhol o escrito Primeira introdução da Crítica do Juízo de I. Kant (Madrid: Escolar y Mayo, 2011). É membro do Grupo de Pesquisa da UCM  “Metafísica, Crítica y Política”. nuriasma@filos.ucm.es 

[2] Der morastige Zirkel der menschlichen Bestimmung. Friedrich Schillers Weg von der Aufklärung zu Kant (Würzburg, Königshausen & Neumann, 2010), Il giro fangoso dell’umana destinazione. Friedrich Schiller dall’illuminismo al criticismo (Pisa, ETS, 2008) o «La «debolezza» della ragione nell’età dell’illuminismo: la forza delle idee polemiche», in: L. Sanò (a cura di), Il destino di Prometeo. Razionalità, tecnica, conflitto (Padova, Il polígrafo, 2009, pp. 89-111).

[3] Por ejemplo, en el Kurzer Begriff aller Wißenschaften und andern Theile der Gelehrsamkeit (1745).

[4] Desde la publicación periódica Magazin zur Erfahrungsseelenkunde (1783-1793).

[5]  Especialmente en su Versuch über den Roman (1744).

[6] Erklärung eines psychologischen paradoxen Satzes: Daß der Mensch zuweilen nicht nur ohne Antrieb und ohne sichtbare Gründe sondern selbst gegen dringende Antriebe und überzeugende Gründe handelt und urtheilet, VPS/1, p. 99-121.

[7] Anmerkungen über den verschiedenen Zustand, worinn sich die Seele bey Ausübung ihrer Hauptvermögen, nämlich des Vermögens, sich etwas vorzustellen und des Vermögens zu empfinden, befindet, VPS/1, p. 225-243.

[8] Von dem Bewußtseyn und seinem Einflusse in unsre Urtheile, VPS/1, p. 199-224.

[9]  Cf. BÖK, A. F. Theses disputatoriae. Stuttgart, 1775.

[10] Cf. el trabajo del condiscípulo de Schiller, F.W. von Hoven, consagrado a esta cuestión, con el título: Versuch über die Wichtigkeit der dunkeln Vorstellungen in der Theorie von den Empfindungen. Mäntler, Stuttgart, 1780.

[11]  Cf. FICHTE, Über die Wahrheitsliebe (1791-1792), GA, II, 2, p. 153s.