Comentario a” Vida individual, vida social y conocimiento dialéctico: lenguaje e individuación social

 

Luisa Iñigo[1]

 

Referencia al artículo comentado: SteimberG, Rodrigo. Vida individual, vida social y conocimiento dialéctico. Trans/Form/Ação: Revista de filosofia da Unesp, v. 47, n. 3, e02400177, 2024. Disponible en: https://revistas.marilia.unesp.br/index.php/transformacao/article/view/15331.

 

En su artículo, Steimberg (2024) repone pormenorizadamente las determinaciones del metabolismo humano como un proceso de vida cuya unidad reside en el entramado de relaciones establecidas por los individuos biológicos que son su presupuesto. En esa reposición, señala al trabajo como la mediación que distingue genéricamente al animal humano, en tanto modo específico en que éste “[…] se apropia de las otras formas naturales que la preceden, acompañan y sostienen” (Steimberg, 2024, p. 8).

En este comentario, quisiéramos dejar asentadas las cuestiones que el artículo nos ha disparado en cuanto al papel del lenguaje en la producción de la conciencia individual en el “proceso de individuación social” (Steimberg, 2024, p. 11), así como las preguntas que nos deja planteadas en cuanto a la relación entre conciencia y lenguaje.

Si la acción del ser humano como sujeto vivo, como ser que pone sus propios presupuestos y actúa “por eso como una totalidad que se coordina a sí persiguiendo un fin” (Steimberg, 2024, p. 3), consiste esencialmente en el ejercicio de las potencias del trabajo social por los individuos concretos, entonces la articulación de los trabajos individuales es ya siempre condición y medio de la realización de tal proceso de metabolismo. Eso que, como señala Steimberg, solo visto desde fuera aparece como una “coordinación” de los trabajos individuales requiere en cualquier caso la exteriorización recíproca del ser social (Iñigo Carrera, 2013).

En otras especies cuya producción de sí mismas se apoya también sobre la diferenciación individual y el “acoplamiento” entre conductas individuales, tal “acoplamiento” puede tener la forma de una distribución de sustancias químicas, incluidas las hormonas, entre los individuos de la colonia (Maturana; Varela, 2003). En la especie humana, cuyo metabolismo se apoya en la producción de medios que permitan transformar las formas de la naturaleza en medios para la vida humana, solo la articulación simbólica ha tenido la plasticidad capaz de portar la diversificación de las interacciones entonces posibles. La vida humana se realiza, en consecuencia, como lenguaje.

Como afirma Steimberg, “[…] la capacidad de dirigirse a sí mismo tomándose como objeto es ya propio de toda forma de vida, no solo de la humana” (Steimberg, 2024, p. 14). Solo que en el caso de la especie humana “[…] las determinaciones del sí mismo biológico pasan a ser […] una potencia que se actualiza a sí misma en el ser social, en la forma social que adopta el proceso de individuación social, y solo existe en acto como sí mismo social” (Steimberg, 2024, p. 15) o socialmente producido.

En estas condiciones, el conocimiento de la propia distinción respecto del medio existe como conciencia, esto es, como un conocimiento que se conoce en su condición de tal. Conocerse conociendo es el modo de ser portadora o portador de un ser social. Puesto de otro modo, no hay modo de realizar una cuota individual del trabajo social sin que aquello que se es para el sujeto colectivo[2] tenga la forma de una conciencia.

Si esta modalidad específicamente humana del conocimiento del sí mismo es lo que se exterioriza como un lenguaje (Iñigo Carrera, 2013), si éste es “[…] la forma de relación social en que las subjetividades conscientes individuales coordinan su acción como órganos del proceso de metabolismo social” (Iñigo Carrera, 2021, p. 169), ¿esto quiere decir, acaso, que en la historia de la especie o en la de cada individuo la conciencia es un atributo que “antecede” a la capacidad de expresarse mediante el lenguaje?

Vigotsky (2012), siguiendo a Bühler, presenta a la acción consciente y voluntaria como otra cara de la producción de medios de producción y a esa acción, finalmente, como condición del lenguaje.

Sin embargo, para Vigotsky, esto no quiere decir que pensamiento y lenguaje no tengan raíces genéticas diferentes, que no se desarrollen a lo largo de líneas diferentes, que establezcan entre sí un modo de relación constante o que, tanto en la filogénesis como en la ontogénesis del pensamiento y el lenguaje, no se pueda distinguir claramente una fase preintelectual en el desarrollo del habla y una fase prelingüística en el desarrollo del pensamiento (Vigotsky, 2012, p. 143-44).

Esto nos lleva a considerar el papel del lenguaje en el desarrollo del “sí mismo biológico” como sí mismo puesto por el proceso de individuación social.

Trân Duc Thao (2020) ofrece una pormenorizada hipótesis acerca de cómo el signo lingüístico se constituyó a través del producirse colectivamente, bajo la forma de un indicarse recíproco, de un llamado recíproco de la atención sobre el objeto a apropiar. La reciprocidad social, contenido del signo (simultáneamente gestual y vocal) de indicación, es inmanente al signo lingüístico. Cabe pensar que también lo es el modo en que dicha reciprocidad es portada como conocimiento de sí. Y, de todos modos, ha sido (cada vez más) con la mediación de este signo que la recursividad propia de lo vivo asume en la especie humana una forma propia, deviene conciencia: en la imagen mental remanente que guarda de su grupo, cada individuo se ve enviándose el signo en cuestión, sobre la base de la experiencia de la repetición o forma en eco (Trân Duc Thao, 2020, p. 44, 85). El lenguaje es (crecientemente) forma en que se realiza la articulación del para sí individual como órgano de la vida social.

Ese proceso (el de formación de la conciencia individual que articula el para sí individual como tal órgano) tiene, en cada generación, la forma de la interiorización del habla dirigida al infante como conversación interna consigo, con el paso intermedio del “habla egocéntrica” (Vigotsky, 2012). Específicamente, es el carácter voluntario de las operaciones mentales lo se produce con la mediación del lenguaje y, en especial, la atención voluntaria, que es producida dirigiendo la atención del infante mediante signos (Vigotsky, 2017) que luego éste puede dirigir a sí mismo, primero en voz alta y luego internamente.

De modo general, entonces, toda ampliación de los límites de la conciencia como resultado del desarrollo del  trabajo social se realiza a través de la producción, por el lenguaje, de la “personalidad” de los individuos nuevos (Luria, 1987, p. 23-24), puesto que la conciencia es esa continua recursión interna cuyos contenidos “dependen” del lenguaje. La palabra, es así modalidad concreta del desarrollo histórico. Como resultado, no hay movimiento de la materialidad de la vida social que no tenga como forma de realización a la “interacción discursiva” (Voloshinov 2018)[3], ni hay transformación de las modalidades de la expresión mediante signos que no sea forma de aquel movimiento.

 

Referencias

Iñigo Carrera, Juan. Conocer el capital hoy. Usar críticamente El Capital. Volumen 1. Vol. 1. 2a. Buenos Aires: Imago Mundi, 2021.

Iñigo Carrera, Juan. El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. 2.a ed. Buenos Aires: Imago Mundi, 2013.

Luria, Aleksandr Románovich. Desarrollo histórico de los procesos cognitivos. Madrid: Akal, 1987.

Maturana, Humberto; Varela, Francisco. El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano. 1a. Buenos Aires: Lumen, 2003.

STEIMBERG, Rodrigo. Vida individual, vida social y conocimiento dialéctico. Trans/Form/Ação: Revista de filosofia da Unesp, v. 47, n. 3, e02400177. Disponible en: https://revistas.marilia.unesp.br/index.php/transformacao/article/view/15331.

Trân, Duc Thao. Investigaciones sobre el origen del lenguaje y la consciencia. Critical & Transdisciplinary Editions, 2020.

Vigotsky, Lev. Historia del desarrollo de las funciones psíquicas superiores. Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2017.

Vigotsky, Lev. Pensamiento y habla. Buenos Aires: Colihue, 2012.

Voloshinov, Valentín Nicoláievich. El marxismo y la filosofía del lenguaje. 3.a ed. Buenos Aires: Gedisa, 2018.

 

Recibido: 31/05/2024 – Aprobado: 04/06/2024 – Publicado: 25/06/2024



[1] Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA), Buenos Aires – Argentina. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8151-8407. Email: inigoluisa@gmail.com.

[2] Que, como bien señala Steimberg, no existe si no es “portad[o] en los sujetos individuales a los que [él] da lugar” (Steimberg, 2024, p. 12) y es una “determinación inmanente y no trascendente respecto de los individuos en los que su realidad se manifiesta ya decantada” (Steimberg, 2024, p. 12).

[3] Sin embargo, a diferencia de lo que hemos intentado hacer aquí, Voloshinov presenta al lenguaje como una forma del material sígnico que se sitúa “entre los individuos socialmente organizados” y aparece así como “su ambiente” (Voloshinov, 2018, p. 33), como un territorio “interindividual”. El lenguaje sería, en consecuencia, una “cadena ideológica” que “se tiende entre las conciencias individuales” y “las une” a posteriori –como si fuera un tercero que pone en evidencia el carácter exterior que en su planteo guardan entre sí individuos, ser social y lenguaje–, por más que cada conciencia individual pueda existir, solamente, una vez producida mediante signos en el proceso de interacción social (Voloshinov, 2018, p. 31-32).