Comentario a “Una infinita potencia de negación: Blanchot y el humanismo de los años 1940”: El Terror y la literatura

 

Idoia Quintana Domínguez[1]

 

Referencia al artículo comentado: ALARCÓN, Luis Felipe. Una infinita potencia de negación: Blanchot y el humanismo de los años 1940. Trans/Form/Ação: revista de filosofia da Unesp, v. 47, n. 1, e0240079, 2024. Disponible em: https://revistas.marilia.unesp.br/index.php/transformacao/article/view/14223.

 

En “Una infinita potencia de negación: Blanchot y el humanismo de los años 1940” Alarcón (2024) no se detiene en exponer las tesis que Maurice Blanchot plantea sobre la literatura en su texto “La literatura y el derecho a la muerte”, sino que contextualiza el marco de la discusión en torno al humanismo que tuvo lugar en Francia durante los años 40, e inscribe en este entramado el texto de Blanchot. Algunas de las publicaciones que dan cuenta de la importancia de esta discusión -entre las cuales apenas hay un par de años de distancia- son, tal y como recoge el autor, “El existencialismo es un humanismo de Jean-Paul Sartre (1946), Humanismo y Terror de Maurice Merleau-Ponty (1947) y el comentario que le dedica Georges Bataille (1947), la Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger (1947) y El hombre y la cultura artística de André Malraux (1947). Todos ellos, como se pone ya de manifiesto en sus títulos, discuten la noción de humanismo. A esta serie hay que sumar la introducción a las Obras de Saint-Just publicada por Dionys Mascolo en 1946”. Examinando en más detalle tres de estos textos (los de Sartre, Merleau-Ponty y Mascolo) y poniéndolos en contraste, el texto de Blanchot adquiere una nueva luz e invita a repensar sus tesis literarias desde una perspectiva contextualizada en este marco de debate sobre la pertinencia de sostener aún una noción clásica de lo humano o la necesidad de pensar su negación, redefinición o superación.

La lectura comparada de estos textos muestra una diversidad de perspectivas sobre cómo se planteó afrontar, en la época posterior a la Segunda Guerra, el problema de lo humano. El texto de Blanchot, que no pronuncia explícitamente esta cuestión, ofrece la particularidad de trasladar este debate a la tarea de la literatura, y en esta tarea, a la relación entre el obrar general y el que la escritura exige. La literatura dice algo, o algo tiene que decir, sobre lo humano. O, dicho de otro modo, en la literatura lo humano se pone en cuestión, tema que ha sido una constante en la obra de Blanchot. “La literatura y el derecho a la muerte” pone en juego varios elementos muy originales que suponen una contra-lectura de las tesis hegelianas reconducidas hacia lo literario que tendrán un largo recorrido en su obra posterior. Dos de los elementos más destacables son el esbozo de lo que Blanchot denominará “desobra”, vinculada aquí especialmente a la actividad del escritor, y la relación entre lenguaje, sentido, ausencia y muerte.

En este temprano escrito, la escritura se describe como un obrar que no logra hacer de la obra un objeto finalmente terminado, definitivamente producido, revelado al final de su elaboración como una cosa más entre las cosas del mundo. La actividad del escritor no contribuye a la formación de la historia por medio del trabajo y la fuerza de la negación, sino que el escritor es aquel que “arruina la acción”. Esto se debe a que su poder de negación es global, negando a la vez todas las condiciones, lo que implica que, en definitiva, su poder se torne un no-poder.

Junto a esta “desobra” que caracteriza la actividad del escritor a diferencia del trabajo transformador que da forma a la historia, Blanchot expone el poder aniquilador del lenguaje corriente y la particularidad del lenguaje literario. Mientras que el lenguaje corriente destruye la existencia de aquello que nombra para inmediatamente rellenar ese vacío por medio del sentido -de modo que el sentido no señala la cosa sino la ausencia de la cosa transformada en su esencia o en su idea- el lenguaje literario busca presentar la ausencia de la que el lenguaje está hecho. En ambos casos, el poder aniquilador del lenguaje tiene un poder resucitador. El lenguaje corriente, al nombrar, mata la cosa para resucitarla como idea. En cambio, el lenguaje literario se detiene en esa operación de muerte antes de que esta se convierta en motor de sentido, exponiendo así una cierta suspensión del sentido.

El desarrollo de estas tesis sobre el quehacer literario es, sin embargo, parcial si no se toman en consideración las referencias a la Revolución francesa, el Terror, e incluso la mención a Sade que vertebran este pensamiento. Lejos de ser meros elementos introductorios a una teoría literaria, son presentados por Blanchot como momentos interruptivos esenciales que, de nuevo, en una lectura a contracorriente de la hegeliana, no permiten relevo, sino que exponen de un modo ejemplar esa imposibilidad e impotencia del poder ante el absoluto de las posibilidades.

Alarcón (2024) recoge la importancia de cuestionar los recursos a la Revolución y especialmente al Terror para hablar de la literatura. Como puso de manifiesto Derrida en su Seminario sobre la pena de muerte y, de un modo más desarrollado en una ponencia leída poco después de la muerte de Blanchot (cf. “Maurice Blanchot est mort”), este texto debe ser leído a la luz de su época y de las preguntas que lo animan. En este sentido, Derrida afirma que “La literatura y el derecho a la muerte” podría ser leído como un documento de una época de las letras francesas donde se produjo el más fascinado y equívoco pensamiento político de la literatura. Un texto que inscribe la literatura bajo el signo de la revolución, del Terror, de la crueldad y de la perversión. Y que repite una filosofema clásico presente en las teorías que defienden la pena de muerte (la muerte como derecho) según el cual el modo más extremo de afirmar la soberanía y el derecho sería el de poner en juego la vida. Pero el texto de Blanchot pone todo esto en juego para después plantear el lenguaje literario como un lenguaje que no afirma, sino que es esencialmente contradictorio, sin certeza; y, sobre todo, una muerte que no se afirma, que remite a muertos vivientes (Lázaro) y a una imposibilidad de morir que retira la puntualidad de la muerte y toda afirmación del sujeto sobre este poder. Y así parece traer esa problematicidad para ponerla a jugar frente a una suerte de campo, el literario, que no podría más que interrumpir (ni afirmar ni negar) toda afirmación de soberanía y poder, es decir, de humanismo.

 

Referencia

ALARCÓN, Luis Felipe. Una infinita potencia de negación: Blanchot y el humanismo de los años 1940. Trans/Form/Ação: revista de filosofia da Unesp, v. 47, n. 1, e0240079, 2024. Disponible em: https://revistas.marilia.unesp.br/index.php/transformacao/article/view/14223.

 

Recibido: 24/08/2023 - Acepto: 01/09/2023 - Publicado: 27/02/2024



[1] Universidad de Deusto, Bilbo – Espanha. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9087-5366. E-mail: idoia.quintana@deusto.es.