Las tareas de cuidado
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Revista do Instituto de Políticas Públicas de Marília, v.8, p. 9-22, Edição Especial, 2022.
LAS TAREAS DE CUIDADO: ENTRE EL AMOR, LA ABNEGACIÓN Y LA
INEQUIDADLO QUE NO SE .
THE TASKS OF CARE: BETWEEN LOVE, SELF-DENIAL AND INEQUITY ...
WHAT IS NOT SEE
.
Marta KRYNVENIUK
1
Gabriela Veloz
RUA
2
Graciela CUMAN
3
Tânia Suely Antonelli Marcelino BRABO
4
RESUMEN: Con la situación de pandemia y cuarentena los cuidados tomaron una visibilidad
y relevancia en la vida cotidiana y en la agenda de gobierno de nuestro país, la Argentina, nunca
antes considerada como necesaria. Se ha puesto en evidencia cómo la organización social de los
cuidados es injusta específicamente p ara l as m ujeres, d ando c uenta d e e sta f orma s obre s u
distribución desigual reproduciendo desigualdades e invisibilizando su valor. A partir de un análisis
reflexivo de nuestra propia experiencia en pandemia como personas sexuadas, históricas, con
deseos y afectos, con saberes situados de acuerdo a las enseñanzas de los feminismos, realizamos
la presente comunicación focalizando en los trabajos domésticos y de cuidados que muestran
una triple desigualdad: lo realizamos las mujeres, la mayoría luego de la jornada laboral que suele
estar peor remunerada que la de los varones y sin remuneración alguna. La sobrecarga impacta en
nuestra salud y desarrollo personal. Aún hoy, en todas las culturas, la esfera privada es el espacio
de los desequilibrios e injusticias desde la división sexual del trabajo y los estereotipos culturales,
siendo el núcleo más duro e invisible de la desigualdad de género. Es urgente la necesidad de
revisar y repensar los roles familiares para promover la corresponsabilidad y la reciprocidad de
los cuidados, interpelando las masculinidades, tratando de superar las normas heteropatriarcales para
desnaturalizarlos y des-feminizarlos. A su vez, socialmente hay que tender a compatibilizar los
espacios productivo y reproductivo para lo cual se necesitan de nuevos pactos ciudadanos para la
construcción de un sistema de cuidados que implicaría una vida más justa para las mujeres.
PALABRAS CLAVE
: Cuidados-trabajo
doméstico.
Desigualdad.
Corresponsabilidad.
1
Especialista en Formación de Formadores-Universidad Nacional de Buenos Aires. markryk@gmail.com
2
Diplomatura en Género y Movimientos Feministas-Universidad Nacional de Buenos Aires/Sholem. gavrua@
gmail.com
3
Magister en Epidemiología-Universidad de Belgrano Institución: Tantosha-Centro Integral de Formación
Humanística. gcuman@gmail.com
4
Universidade Estadual Paulista (UNESP). Campus de Marília. Faculdade de Filosofia e Ciências (FFC) -
https://orcid.org/0000-0002-9833-0635. tania.brabo@unesp.br
http://doi.org/10.36311/2447-780X.2022.esp.p9
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Revista do Instituto de Políticas Públicas de Marília, v.8, p. 9-22, Edição Especial, 2022.
ABSTRACT:
With the pandemic and quarantine situation, care took on a visibility and relevance in
daily
life and in the government agenda of our country never before considered necessary.It has
become
evident how the social organization
of care is unfair specifically
for women, thus accounting
for their
unequal distribution, reproducing inequalities and making their value invisible.From a
reflective
analysis of our own experience as sexual, historical people, with desires and affections, with
knowledge situated according to the teachings of feminisms, we carry out this communication
focusing on domestic and care work that show a triple inequality:they are carried out by women,
the majority after the working day, which is usually less paid than that of men and without any
remuneration: in addition, due to overload, it impacts our health. Even today, in all cultures, the
private sphere is the space of imbalances and injustices from the sexual division of labor and cultural
stereotypes, being one of the first inequalities between human beings: the field of care appears as the
most important, hard and invisible nucleus of gender inequality. Based on what has been analyzed,
we consider the urgent need to review and rethink family roles to promote co-responsibility and
reciprocity of care, challenging masculinities, trying to overcome heteropatriarchal norms to
denature and de-feminize them. At the same time, socially it is necessary to tend to reconcile the
productive and reproductive spaces, for which new citizen pacts are needed for the construction of
a care system that would imply a fairer life for women.
KEYWORDS:
Care-domestic
work. Inequality-co. Responsibility.
INTRODUCCIÓN
¿Qué entendemos por cuidados? Todos/as necesitamos recibir cuidados
y tenemos la capacidad de brindarlos. Desde que nacemos, sin la presencia y
cuidados de un otro, no podríamos sobrevivir. Están presentes en todas las
actividades de la vida; implica hacerse cargo de las necesidades de otra persona,
no solo para aliviar la enfermedad sino para potenciar la vida, nutrirla, lejos
de los mandatos morales que buscan perpetuar los mecanismos de control ya
establecidos. Es estar presente y atento a la vida sin quedar cautivos de la
obligación y el deber. Así, los podemos entender como una dimensión central del
bienestar y del desarrollo humano. Por ello es necesario diferenciar el cuidado,
de la seguridad y la preocupación que están más ligados a mecanismos de
control, alertas externas y/o procedimientos instrumentales, en cambio, desde el
cuidado potenciamos la vida, construimos vínculos, nos apoyamos y cooperamos
mutuamente, estamos presentes en una situación dada, entendiendo que es una
forma de vivir y convivir, singular y colectiva, gestados desde el deseo. Así, habría
que considerar que todos somos parte de la vida entramada y de cuidados: humanos
y no humanos, todos los seres vivos. Pero también debemos acotar que implican
energía, desgaste, tiempo, un trabajo que históricamente fue delegadoa las
mujeres sin reconocimiento alguno. Según Marçal, a partir del siglo XIX se
consideró que el trabajo doméstico realizado por las mujeres no era una actividad
económica sino una prolongación de su naturaleza bondadosa y abnegada, sin
relevancia social. En nuestra sociedad occidental no se priorizaron ni valorizaron
como parte del convivir ya que el paradigma del control permeó todas las esferas
de la vida y sus instituciones con sus actitudes y tonos paternalistas cuando no
francamente autoritarios. Los cuidados nunca fueron invisibles, sino que fueron
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invisibilizados para no reconocer su valor. Así como también se silenciaron las
voces de las mujeres desde la autoridad de las voces masculinas y excluyendo la
otredad. Al decir que los cuidados están presentes en todas las actividades de la
vida damos cuenta de la gran diversidad de situaciones en que están presentes,
pudiendo diferenciar tres ámbitos: a) reproductivo; b) ambiental; c) social.
Nos abocaremos al primer ámbito problematizando las tareas de
cuidado en la vida de las mujeres desde un punto de vista complejo, feminista y
desde nuestra propia implicación ya que nos atraviesa a todas: sentipensar desde
nosotras mismas implica, en primera instancia, partir de nuestra experiencia
en la vida cotidiana como personas sexuadas, históricas, con deseos y afectos,
con saberes situados, lejos de conocimientos abstractos y universales. Son bien
diferentes las vicisitudes de vida de cada una de nosotras, por ello, a su vez,
tenemos que apelar al concepto de interseccionalidad de clase, etnia y género,
teniendo en cuenta, además, las conformaciones familiares a las que se pertenece,
los territorios urbanos o rurales que habitamos, ya que nos ayuda a precisar las
diferentes realidades que habitamos y ser más asertivas en la acción política hacia
la multiplicidad de opresiones.
A su vez, observamos varias dimensiones intervinientes, entre ellas:
mandatos sociales y culturales, estereotipos de género, división sexual del trabajo,
violencia de género y desigualdad de género. Todas estas dimensiones están
interrelacionadas ya que aprendemos e interiorizamos desde ellas nuestro ser
y estar en el mundo. ¿Por qué elegimos en principio trabajar desde el ámbito
reproductivo? Consideramos que las transformaciones se realizan desde abajo
hacia arriba, de allí la necesidad de abordar la esfera privada considerada como la
más desigual, la más difícil de transformar por el peso de nuestra propia historia,
individual y colectiva. De acuerdo con Gutiérrez Aguilar (2015, p.103):
[…] El enclaustramiento de las mujeres al ámbito doméstico y la exigencia
colocada sobre ellas de realizar una serie de procesos productivos cíclicos,
invisibles y devaluados en el mundo de la riqueza abstracta, desde procrear
hasta reproducir cotidianamente la vida, es la piedra angular de la captura
moderna, del encierro contemporáneo del cuerpo femenino, que se consolidó
hacia finales del siglo XVIII con la nueva “ideología de la maternidad” y del
auténtico “lugar” de la mujer en el mundo.
Históricamente y en forma muy sintética podemos decir que, desde la
antigüedad hasta la conformación de los estados modernos, las mujeres tenían una
vida colectiva no confinada al hogar, lo cual les permitía tejer lazos y organizarse
entre comunitariamente, llevando a cabo las tareas de agricultura, crianza de
animales, comercio, y desde ya, la crianza de los hijos. Con la industrialización en
el estado moderno, paulatinamente se fue relegando a las mujeres al hogar, a las
tareas domésticas y a la dependencia del marido. Según Vitale (1987, p.249) en
América Latina, en las sociedades precolombinas, la situación de las mujeres
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en cuanto a sus labores en las comunidades agro-alfareras era bien diferente (e
inclusive en los ayllus y calpullis en los imperios inca y azteca) al trabajo
doméstico implantado en la Colonia y la República en los siglos XIX y XX. Por
su parte, Segato (2018, p.21) caracteriza al patriarcado previo a la intervención
colonial, como un patriarcado de baja intensidad o de bajo impacto, en oposición
al patriarcado colonial moderno, que lo percibe de alta intensidad, en términos
de misoginia y letalidad.
La configuración de un modelo de familia congruente con la política
y economía de los estados occidentales posterior a la Revolución Industrial en
la modernidad, el ideal de progreso tanto de avance económico como movilidad
social para los individuos, se tradujeron en políticas que apuntaron a la población
a favor de constitución de núcleos familiares de pocas personas (en América
Latina afecta también a la oleada de la inmigración europea) afincándose en los
nacientes centros urbanos, constituyendo así pequeñas unidades de consumo.
Este modelo de familias nucleares modernas era fomentado desde el
discurso del poder y también en las escuelas, enfatizado en la menor cantidad
de hijos para equilibrar la economía del núcleo; en la necesidad de la gran
cantidad de horas que los nuevos obreros y empleados dedicaban a las pujantes
fábricas, agregando un nuevo concepto a lo cotidiano: el salario o sueldo
semanal, quincenal, mensual. Las mujeres eran muy necesarias para este modelo
de país si permanecían en los hogares, haciendo todos los demás trabajos para
sostén, mantenimiento y reproducción de lo familiar. Este ideal económico se
estableció no sólo partiendo del trabajo en las fábricas, sino también desde el
trabajo no remunerado en los hogares, esclavizando a las mujeres, justificando la
división sexual del trabajo desde discursos moralizantes y religiosos a partir de la
maternidad abnegada, y pseudocientíficos (aunque justificados por las ciencias
médicas y disciplinas nacientes) que se basaban en los conocimientos antiguos
sobre los cuerpos y capacidades psíquicas de las mujeres como personas débiles
y mejor dotadas para lo doméstico, etc., es decir justificando la supuesta menor
jerarquía como seres humanas a quienes además los hombres debían disciplinar,
regir sobre sus bienes, decidir sus tareas, sobre su capacidad reproductiva y por
supuesto, votar por ellas. Cabe señalar que niños y niñas trabajaban en las tareas
domésticas en el modelo de familia como unidad de producción. En la familia
nuclear (unidad de consumo) también lo hacían, más como aprendizaje de roles
que productivamente, partiendo de las tareas de cuidado y mantenimiento,
consideradas de menor valor o nulo. A medida que las escuelas fueron siendo
cercanas y masivas, las infancias fueron destinadas allí, donde el aprendizaje de
roles se reforzó con su discurso normalizador y cishétero hegemónico. Las infancias
populares fueron trabajadoras de cuidados y tareas domésticas colaborando con las
mujeres y madres, aprendiendo los roles afines, reproduciendo el modelo para
el
orden socioeconómico vigente. La naturalización de estos aprendizajes es mayor
cuando comienzan a edades tempranas. Tampoco se califica como trabajo infantil
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ya que ocurre puertas adentro del hogar. Vemos, así como la esfera privada es el
espacio de los desequilibrios e injusticias desde la división sexual trabajo siendo
una de las primeras desigualdades sociales entre los seres humanos: el ámbito de
los cuidados aparece como el núcleo más duro e invisible de la desigualdad de
género. ¿Cómo desarmamos esta esfera privada tan plagada de inequidades?
En este sentido, no olvidemos que hasta hace unos años atrás la
violencia de género incluidos los feminicidios eran considerados una cuestión
del ámbito privado y ya no es así, nos atañe a todos/as. De la misma forma,
queremos dar un paso más abordando las tareas domésticas y de cuidados desde la
necesidad de su visibilización y valoración, pero también por la inequidad que
representan apuntando a desnaturalizar y cuestionar el lugar instituido para las
mujeres. ¿Cómo nos atraviesa la opresión desde estas actividades? Los cuidados
implican una serie de trabajos de los que no se habla porque pertenecen al espacio
privado, pero tienen una complejidad agobiante por su omnipresencia ya que son
cíclicos, rutinarios, no tienen principio ni fin. Es desde esta omnipresencia que
están naturalizados y, por ende, invisibilizados.
Delimitar el mundo de trabajos domésticos es hacer referencia a una
serie de actividades imprescindibles para la vida, pero escasamente valoradas, a
saber: limpieza del hogar, lavado y planchado de la ropa de todos les integrantes
del grupo familiar, cocinar los alimentos, lavado de la vajilla, la compra en el
supermercado, farmacia, arreglos y zurcido de ropa, atención de los niños/as en
cuanto a tareas escolares y recreación, e infinidad de etcéteras!!! Desde la mirada más
precisa sobre los cuidados podemos mencionar: las visitas a los médicos, dentistas
y otros especialistas con todos los seguimientos de salud de bebés, niños/as, la
atención afectiva y las relaciones sociales, tener presente las dietas balanceadas, las
rutinas diarias en cuanto a sueño y vigilia, llevar y traer los chicos a la escuela,
la compra de vestimenta y calzado, el cuidado de plantas y mascotas….Además,
existen cuidados más específicos hacia las personas que no pueden hacerlo por sí
mismos: niños/as, niños/as con capacidades diferentes, dependientes y enfermos.
El cuidado de adultos mayores implica trabajo cotidiano y en aumento: cuidado de
la alimentación, higiene, medicaciones, traslados, trámites administrativos
referentes a la seguridad social y económica, cuidado de la salud física y psíquica,
lazo específico y cuidado/supervisión del vínculo con profesionales de la salud,
tiempo libre y social, etc.
Sin embargo, tampoco podemos decir que hay una separación tajante
entre trabajo doméstico y cuidados ya que, por ejemplo, cuando limpiamos la
casa estamos cuidando la higiene de la misma que, a su vez, impacta en la salud
de todes. Y también desde lo afectivo: todos estos trabajos están imbricados
desde el cuidado amoroso, por eso es tan difícil su objetivación, pero ello no
significa que no sea considerado como un trabajo. De alguna manera, el cuidado
amoroso funciona como encubridor del trabajo doméstico que nos hace sentir
insustituibles (reforzado desde ya por los estereotipos y mandatos de género) a la
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vez que responsables de la cohesión familiar desde la mística patriarcal. Esto es lo
que tenemos que desenmascarar y des-romantizar, el cuidado naturalizado desde
las mujeres.
Además, realizamos este detallado desagregado de las tareas hogareñas,
(y aun así es insuficiente, ya que posiblemente algunas mujeres no se sientan
representadas dependiendo del lugar en que habitan y la clase social a la que
pertenecen, por ej., hay mujeres que cotidianamente deben acarrear agua o juntar
leña para la cocción de los alimentos), ya que desde el discurso patriarcal se dice
que las amas de casa “no hacen nada” cuando en realidad hay una transferencia
indirecta y constante al sistema relacionado con la reproducción de la vida y
de la fuerza de trabajo. Desde allí, el trabajo doméstico tiene proyección social, no
es meramente privado. Pensemos todo lo que significa la crianza de niños/as hasta
que se convierten en adultos/as y se incorporan al mercado laboral. Pero,
paradojalmente, observamos cómo dicho discurso es repetido hasta por las propias
mujeres, impactando en su baja autoestima, desvalorizando su propio trabajo de
reproducción y “aceptando” los cánones patriarcales. Si bien las tareas domésticas
y de cuidados abarcan un amplio espectro atravesadas a su vez por cuestiones
de clase, etnia y migraciones, desde lo que se denominan cadenas globales de
cuidados, reproduciendo estructuras jerárquicas
,
nos ceñiremos a todas aquellas
tareas domésticas y de cuidado sin remuneración alguna.
COMENZANDO A DESARMAR…. ¿POR QUÉ SE HABLA DE LA
FEMINIZACIÓN DE LOS CUIDADOS? ¿CÓMO INTERVIENEN LOS
MANDATOS SOCIALES Y LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO EN LA
PROBLEMÁTICA DE LOS CUIDADOS?
¿Cómo transformar este tiempo que atravesamos en objeto de reflexión
y activismo feminista para desnaturalizar determinadas opresiones?
En principio queremos hacer hincapié en la fuerza que tienen los
mandatos sociales y los estereotipos de género impuestos por el patriarcado como
los sostenedores y reproductores de la desigualdad de género a través del sistema
sexo/género ya que proponen modelos normativos binarios de la sexualidad, con
características específicas y excluyentes de lo que es ser varón y de lo que es ser
mujer. Las dos dimensiones están estrechamente entrelazadas, se realimentan
recíprocamente y así se van regulando los comportamientos, pero sobre todo para
las mujeres, y más aún para las personas feminizadas y transgénero han implicado
un camino de obstáculos para el desarrollo personal porque no pudimos
disponer de nosotras mismas a partir de los condicionantes de género que fueron
prescribiendo conductas, emociones, gestos, la desconexión con los propios deseos
y que se fueron incorporando en nuestro propio cuerpo, empequeñeciendo los
horizontes de sentido de nuestras vidas.
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Al comenzar a pensar desde los cuidados encontramos que los conceptos
de división sexual del trabajo, los mandatos de género, entre otros, fueron
construyendo todo un andamiaje de negaciones, cegueras, invisibilizaciones y
naturalizaciones.
Según Coria, Freixas e Covas (2012, p.29), indica que:
[…] la organización de nuestra sociedad patriarcal ha preparado durante siglos
al género femenino para transitar por la vida al servicio de las necesidades
ajenas. Desde pequeñas, las mujeres aprenden a entrenarse para descifrar los
deseos de quienes las rodean, primero los padres y las personas de su entorno,
luego sus compañeros
amorosos y finalmente sus hijos/as. De tanto
profundizar
en
los deseos ajenos, suelen perder la habilidad para descifrar los propios y,
de
tanto acomodarse para satisfacer aquéllos, terminan haciendo propios los
deseos de otros.
La construcción de la feminidad es una construcción de para les
demás, es decir, que se obtiene reconocimiento social mediante la realización de
tareas que posibilitan la vida ajena, supeditando en ello, la propia vida. Podemos
apreciar la presencia del sacrificio como rémora religiosa, moralizante, desde la
entrega incondicional. Estos rasgos terminan considerándose como “naturales”
ocultando los costos de los mismos. De allí que, Pérez Orozco (2015, p.19)
denomina este proceso como “ética reaccionaria del cuidado”. Es reaccionaria
porque sirve para ocultar el conflicto vida-capital. Las mujeres realizamos los
trabajos residuales del capitalismo para que la vida pueda continuar, en un sistema
en donde la vida está mercantilizada y sometida al proceso de valorización. Para
ello se necesita de la desigualdad y la exclusión de las vidas de unas para favorecer
las vidas de otros/as. Es decir, el capital se apropia no solo de lo producido por
el trabajo sino además de todo lo producido de manera gratuita por los trabajos
no remunerados que realizamos las mujeres. En cambio, los varones se definirían
como seres-para-sí, lo que se espera de ellos es que sean proveedores, exitosos en
sus trabajos, seguros y resolutivos, siendo más importante los logros profesionales,
económicos y sociales que el cuidado en sostener la vida misma, pero sostenidos
por quienes cuidan su vida para poder ser lo que son, variando desde ya, en
función de la clase social y grupo étnico al que pertenecen.
¿Cómo vamos aprendiendo, internalizando y naturalizando desde los
estereotipos la desigualdad? ¿Cómo se manifiestan? ¿Cómo los detectamos? A
través de la persistencia y reproducción de conductas, sentimientos, valoraciones
y socializaciones diferenciadas sobre lo que es ser varón y lo que es ser mujer
como lugares naturales, es decir, cuando se incorporan al sentido común, siendo
en realidad construcciones sociales que conducen a perpetuar la desigualdad. Esto
ha servido para fijar un papel dominante para los varones y un papel secundario
y de subordinación para las mujeres. A su vez, la heteronormatividad con su
posición dicotómica hacia la heterosexualidad implica un poder saturador que
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impone la reproducción de lo establecido sin cuestionamientos, ya que se
presenta como la “verdadera” sexualidad para todos/as, fijando roles, identidades
y conductas que deben ajustarse a una norma. Vemos de esta forma que la gran
heterodesignadora es la sociedad patriarcal en su conjunto, y uno de los brazos
operativos lo constituyen los estereotipos. Podemos decir que el patriarcado en
tanto estructura social se fue modificando a lo largo del tiempo, fue cambiando
su cara para subsistir siendo los estereotipos de género uno de sus sostenes. Cada
generación de mujeres también va cambiando, dependiendo en ello la clase social
a la que se pertenece, las etnias, si son migrantes, el acceso a la educación, a bienes
materiales, las luchas de los movimientos de mujeres han contribuido en gran
medida develando los alcances del mismo, etc. Sin embargo, en cuanto al abordaje
de los cuidados nos encontramos aún hoy, con un núcleo muy duro, paradojal y
tramposo a la vez ya que en los cuidados también intervienen los afectos, y ello
parecería ser parte de nuestra “esencia”, justificando que al ser más emocionales y
empáticas somos más capaces para estas tareas, asociado a la posibilidad de parir
y maternar. Lo paradojal implica un desafío, pone en marcha el pensamiento,
activa nuestra curiosidad y nos desestabiliza. De allí que, si logramos desarmar los
estereotipos que tenemos internalizados estaremos en un proceso de renombrar
la realidad ya que se abriría algo diferente, para hacer posible una vida vivible, sin
las viejas jerarquizaciones y posiciones cristalizadas.
Los estereotipos anestesian la percepción, por ello decimos que no
veíamos que no veíamos. Llamamos el triunfo de los estereotipos a las respuestas
automáticas en la vida, en el trabajo, en la política, en el amor, en la salud, en la
cultura, etc., con sus invisibilizaciones, sus prohibiciones y lugares cristalizados.
Aferrarnos y dar cumplimiento a los estereotipos nos debilita ya que no estamos
habitando nuestra vida, sino a dichos moldes prefijados.
¿QUÉ NOS ENSEÑAN LOS FEMINISMOS?
Los feminismos como políticas de transformación, como campo
de tensiones y también de lo posible, nos enseñaron a mirar. Nos mostraron
nuestras anteojeras por medio de las cuales seguíamos (¿seguimos??) sosteniendo
al patriarcado, permitiéndonos observar, cuestionar y narrar la realidad de otra
forma.
Pero ¿qué significa aprender a ver, a mirar con otros ojos? ¿Cómo salir
del dominio de los estereotipos que nos ciegan y anestesian? ¿Cómo contribuye
cada uno/a a su propio encierro? Más allá de la tan condicionante estructura
del patriarcado ¿qué debemos identificar y desactivar para mejorar nuestra
cotidianeidad? La desigualdad de género comienza en la niñez instalándose
los estereotipos de género a través de una serie de mecanismos y dispositivos
de control social. Los estereotipos suponen la reproducción de determinadas
configuraciones de sentido hegemónicas en torno a los roles desempeñados por
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el varón y la mujer, lo masculino y lo femenino. Y todo esto con la validación
social de lo “natural”, o, “esto es así”. Entonces, desenmascarar los mecanismos
de naturalización es prioritario para su modificación, ya que distorsionan lo que
representan. Dice Coria (2016, p. 95) “[…] la naturalización cumple la función
de convertir las sumisiones que fueron asignadas al género como “deberes” en
virtudes femeninas”.
Vemos que a lo largo del tiempo no hubo una construcción histórica
basada en la reciprocidad de los papeles sexuales, sino el dominio de unos sobre
otros, estableciéndose así la asimetría y las relaciones de poder. Los estereotipos
organizan nuestra forma de conocimiento y al mismo tiempo limitan nuestro
modo de ver el mundo actuando performativamente sobre las condiciones reales
ya que se constituyen en la base de la construcción de la identidad de género.
Ya en la década de los 70’ del siglo XX con la segunda ola del feminismo,
las feministas marxistas abordaron el proceso de trabajo doméstico en la familia.
Hartmann alude que la mujer es doblemente explotada por el capitalismo (ya que
gana un salario más bajo que el hombre) y por el marido, ya que este se beneficia
del trabajo doméstico realizado por su mujer.
Mucho se habla del “techo de cristal”, de conseguir un mayor acceso de
las mujeres a las oportunidades de trabajo y a la iniciativa empresarial; también
del “piso pegajoso” que las mantiene adheridas a las jerarquías laborales más bajas,
pero de lo que no se habla es del factor estructural de la desigualdad de género
que limita muchísimo las oportunidades para las mujeres y es precisamente la
abrumadora carga de los trabajos domésticos y de cuidados. Y esto se acentúa
gravemente con las mujeres de escasos recursos. A falta de conciliación entre
trabajo remunerado y trabajo doméstico, el subempleo sigue siendo la opción
más evidente de trabajo, con lo cual persiste la falta de autonomía económica y la
mayor desprotección social.
De acuerdo con Marçal (2019, p.65)
El mercado laboral aún se define en gran medida por la idea de que los seres
humanos son individuos sin cuerpo, sin sexo, sin familia o entorno, que solo
buscan maximizar su propio beneficio. La mujer puede elegir entre ser uno de
estos individuos o ser su contrario: el elemento invisible y sacrificado que se
necesita para equilibrar la ecuación.
Como señalamos anteriormente, paulatinamente las mujeres se fueron
incorporando al mercado laboral, pero sin desatender las cuestiones hogareñas, lo
cual significó la doble o triple jornada de trabajo, con una sobrecarga que incide
sobre la salud, pero también sobre sus posibilidades de desarrollo personal, sus
posibilidades de ocio, generando diversos malestares. A esto debemos añadir las
diferencias de clase ya que las mujeres más pobres, por ejemplo, posponen sus
controles médicos llegando así a diagnósticos taros de enfermedades prevenibles.
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Las mujeres cuidamos más a otros, prestando menos atención a nuestro autocuidado.
En cambio, no sucedió lo mismo con los varones y su participación en las tareas del
hogar. En realidad, acumulamos una vida de trabajo no reconocido. Aún aquellas
mujeres que pueden pagar a otras mujeres para realizar las tareas domésticas, no
pueden despojarse de las mismas ya que la organización está en nuestras manos
implicando en ello una significativa carga mental.
Nos preguntamos ¿sería posible pensar esta situación para con los
varones? ¿Quedaría en falta su masculinidad? ¿Qué nuevas masculinidades
observamos? ¿Cómo se van construyendo? ¿Hay espacio para ello? Desde allí
podemos señalar la falta de democratización de los hogares ya que los mismos se
han estructurado bajo las normas heteropatriarcales, léase desigualdad estructural.
Nos preguntamos en estos tiempos de pandemia y cuarentena estricta en el
2020/21 que hemos vivido y que continúa ¿cómo se organizaron y llevaron
a cabo los trabajos domésticos y de apoyo de las tareas escolares de les hijes? ¿se
distribuyeron? ¿de qué forma? ¿quién hace qué? ¿desde la corresponsabilidad de
habitar un mismo techo o porque “te doy una mano de onda”? Hay una diferencia
sustancial… También nos interrogamos qué sucede con los diferentes modelos
de familias con características no hegemónicas, si hubo atisbos de cambios con
respecto a la organización de la vida cotidiana ¿reconfiguran algo nuevo? Esto nos
remite a cuál es la responsabilidad personal en la convivencia. Con la pandemia, los
mites entre esfera privada y pública quedaron difusos a partir del teletrabajo, la
educación virtual, observándose una mayor sobrecarga para las mujeres, con lo cual
la redistribución de tareas y responsabilidades es perentoria. Pero ¿de qué forma?
¿es inmutable lo doméstico? ¿Seguimos las mujeres realizando todo tipo de tareas y
cuidados domésticos desde nuestra subalternidad? ¿O comenzamos a proponer un
espacio de cuidado mutuo compartiendo en igualdad? Para ello es necesario hacer
lugar a otros modos de convivir sin la aplastante obligación de las tareas domésticas,
es pensar en transformar la tradicional división sexual del trabajo, que, desde ya,
no es tarea sencilla ya que implica cuestionar la estructura social vigente que no
deja tiempos para el cuidado. ¿Cómo involucrar a los varones en la provisión de
cuidados y que implique una reducción sustantiva de la carga del trabajo doméstico
no remunerado? ¿Es posible pensar la corresponsabilidad al interior de los hogares?
¿Qué entendemos por corresponsabilidad? Implica la responsabilidad compartida
de las tareas domésticas y de cuidados con el fin de distribuir de manera justa los
tiempos de vida de las personas. No es ayudar, es asumir el reparto equitativo de las
responsabilidades, lo cual invita a reflexionar sobre modelos masculinos diferentes a
los tradicionales. Entendemos que todas estas tareas son pasibles de ser aprendidas,
ejercidas y distribuidas equitativamente desde la reciprocidad. Para ello se necesita
de otros acuerdos intrafamiliares, más justos. Así, estamos hablando en términos de
justicia y no solo de igualdad de género.
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Para comprender la magnitud de lo que representan los cuidados a
nivel social reproducimos los siguientes datos dados a conocer por el Ministerio
de Mujeres, Géneros y Diversidad de Argentina (ARGENTINA, 2021, p.26):
En el año 2020, la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de
Economía de la Nación calculó por primera vez el aporte del trabajo doméstico
y de cuidados no remunerado al PBI de nuestro país y obtuvo que ese valor es
de casi un 16%. El valor dimensionado está por encima del aporte que hace
la industria (13,2%) y el comercio (13%); es decir, que cuando se le asigna un
valor monetario, es el sector más aporta a toda la economía argentina.
“El aporte por género del trabajo doméstico y de cuidados no
remunerado al PBI es desigual: el 75,7% proviene de tareas realizadas por mujeres.”
(D´ALESSANDRO; O´DONNEL; SOL PRIETO; ZANINO, 2020, p.11). Es
decir, las mujeres aportan tres veces más al PBI en el sector con mayor relevancia
y más invisibilizado de toda la economía nacional.
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Observamos claramente cómo
los trabajos de las mujeres no remunerados y hasta ahora tampoco medidos, se
ocultan bajo la esfera privada, ya que en lo público intervienen las leyes y la
política. En cambio, lo privado se caracteriza por la no-política, regido más por
cuestiones morales, apareciendo la ética reaccionaria de los cuidados a través de
la cual se garantiza el sostenimiento de la vida. A esto se lo denomina “deuda
de cuidados” dando cuenta del desigual reparto de las responsabilidades. Los
varones aportan menos cuidados y disponen de más tiempo libre para su ocio e
inversamente, las mujeres dedicamos más tiempo a todo tipo de cuidados para los
demás restándolo a nuestro propio bienestar y desarrollo personal, siempre atentas
a cubrir las necesidades afectivas y materiales de nuestro entorno próximo. Esto es
lo que la economía feminista devela en la cadena de desigualdades a partir de la
cantidad de tiempo y trabajo que las mujeres dedicamos a las tareas domésticas y
de cuidados, es decir, una segunda jornada laboral sin reconocimiento alguno
Desde aquí es interesante señalar como el capitalismo se ha valido de miradas
dicotómicas para mantener alejadas lo que en realidad está interconectado y son
interdependientes, es decir, las esferas públicas y privadas.
Ya mencionamos anteriormente cómo los feminismos nos ayudaron a
desocultar el funcionamiento de la estructura patriarcal a través de la reproducción
de mandatos sociales y estereotipos de género, también han sido muy significativos
los aportes de la economía feminista en el sentido que han puesto el acento sobre
los procesos de sostenibilidad de la vida desplazando los procesos de valorización
del capital. Si bien los mercados se han posicionado en el centro de las estructuras
socioeconómicas, lo más valioso que tenemos es la vida misma. De allí que todos/
as tenemos que cuestionarnos nuestros modos y estilos de vida tan colonizados por
los valores mercantilistas. Para la economía ortodoxa, el bienestar y la “libertad”
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Datos de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía de la Nación
Argentina (2020, p. 11).
KRYNVENIUK, M.; RUA, G. V.; CUMAN, G.; BRABO, T. S. A. M.
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se identifica con capacidad de consumo mercantil. De esta forma, se valorizan
unos trabajos y se desvalorizan otros. El sistema socioeconómico está pensado
para sujetos que ni tienen necesidades propias de cuidados ni responsabilidades
sobre los cuidados ajenos. Así comprendemos las operaciones para invisibilizar
los procesos de cuidados. Se niega la relevancia de los cuidados como un trabajo,
como una dimensión de la vida y como una tarea socialmente necesaria.
CONSIDERACIONES FINALES PARA SEGUIR SENTIPENSANDO…
Nos adentramos en uno de los reductos más naturalizados por el
patriarcado presente en todas las culturas y sociedades: las tareas domésticas y de
cuidados absolutamente feminizados como factor estructural que implican una
carga difícil de erradicar para las mujeres pero que a la vez son las que sostienen
la vida.
A lo largo del siglo XX y lo que va del presente han cambiado los estilos de
vida, las conformaciones familiares; se visibilizaron muchas problemáticas
injustas y opresivas: se fueron superando mandatos, prejuicios, mitos y tabúes; se
condenaron socialmente diversas violencias de género: violencia doméstica, sexual,
femicidios, acoso laboral, acoso callejero, violencia económica y patrimonial, etc.
Son históricos los debates y denuncias sobre el trabajo doméstico como opresivo,
sin embargo, hasta el presente sus características no se modificaron. A su vez, las
brechas de género siguen siendo estremecedoras y llevarán generaciones saldarlas.
En este contexto de pandemia volvemos a ser las mujeres las que
quedamos confinadas al encierro doméstico con múltiples tareas: desde la atención
de enfermes, todas las tareas domésticas de limpieza y de cuidado relacionadas a su
vez con la salud, como la sanitización de espacios y productos hasta la educación
virtual de las hijas/os. De allí que nos preguntamos ¿estamos en un proceso de
reactualizar mandatos, estereotipos y exigencias?
Hemos puesto mucho énfasis en develar cómo funcionan los estereotipos
de género porque son los que siguen sosteniendo esta cultura androcéntrica.
Desde allí la perentoria necesidad de revisar y repensar los roles familiares para
promover la corresponsabilidad y la reciprocidad, tratando de superar las normas
heteropatriarcales. Pensar más allá de la división sexual del trabajo, implica
cuestionar cómo se organizan los tiempos y espacios laborales, las licencias por
paternidad, cómo compatibilizar los espacios productivo y reproductivo, etc.,
que imposibilitan avanzar en dichas transformaciones a partir de nuevos pactos
ciudadanos que involucren al Estado, las comunidades, las familias y el mercado
pensando en nuevas modalidades para la construcción de un sistema de cuidados.
Es decir, una concepción de la tarea de cuidar mucho más amplia. La articulación
de estos estamentos posibilitaría una vida más justa para las mujeres, tratando
de erradicar las precariedades estructurales. En esta época tan incierta queremos
Las tareas de cuidado
Artigos/Articles
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finalizar con las enseñanzas de los feminismos en cuanto a la necesidad de apelar
a la “cuidadanía”, término acuñado por las feministas españolas, como forma
de vida, con su carácter transformador, colocando en el centro el cuidado de
la vida como responsabilidad social y colectiva, ligado a la potenciación de la
vida en común. Pensar en términos de cuidado nos lleva a reflexionar hacia otra
convivencionalidad, al buen vivir, el gestar nuevos vínculos más equitativos
sin los viejos privilegios; nos invita a reflexionar no solamente cómo se cuida, sino
también cómo se produce, cómo se consume, cómo se distribuye, y
fundamentalmente, cómo construimos redes de acompañamiento, redes de
sostén y crianzas comunitarias, las redes de afectos, de cuidados interespecies para
hacer esta vida en común más habitable y menos adversa.
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latinoamericana. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta, 1987.
Submetido em: 03/12/2021
Aprovado em: 16/02/2022
KRYNVENIUK, M.; RUA, G. V.; CUMAN, G.; BRABO, T. S. A. M.
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